Me dirijo en un avión repleto
a ochocientos kilómetros por hora
hacia la evanescente lumbre
del hogar. Por aburrimiento voy
cuestionándome el momento actual.
¿Y qué respondo yo a este murmullo?
Estoy en algún punto
a medio camino entre el frío
de una ciudad norteña y el lugar
donde mis hijas se abalanzarán
sobre mí para abrazarme
y mi mujer con paciencia esperará
a que le dejen darme un beso.
Para entonces me habré olvidado
de cómo en este instante
la insípida razón va deslizando
su marca en unos grafos
a todas luces mentirosos
que nada saben sobre la etérea –
inaprensible realidad.
Ganas me dan de arrojar
a la papelera este testimonio
inútilmente grabado
en celulosa sobre la incongruencia
del tiempo y el espacio. La tinta
se nos borra en el jardín.
Así que por si acaso
me contengo. Todo es un lío
y me desgarraría el corazón
si lo hiciera la absurda nada
que percibo aquí a mi lado
sermoneándome en la cabina
de un Airbus A-trescientos veinte.
Hermosas reflexiones desde arriba…
Quizá será la óptica de la altura hasta que pongas los pies en la tierra y abraces a la familia.
Un abrazo, Andrés y buen día.
Quizás, quizás. Aunque no era tanto nostalgia, sino más bien reflexiones sobre la extrañeza que me producen algunas cosas de la realidad (la familia es solo una parte de todo eso), de cómo interaccionamos con ella, de lo que parece tener sentido y lo que no. Divagaciones sin mucha importancia… Como dice el poema, supongo que por aburrimiento . Muchas gracias María por la visita y por comentar!