El universo
palpita solitario
y en el silencio.
Su rostro, pálido,
se esconde, entre las brumas,
de la gran noche.
Qué soledad
nos deja en este cuadro…
¡Impresionante!
Pero lo vemos,
captamos su silencio.
Le respetamos.
Luego, sin prisas,
abrimos aquel lecho.
Nos desnudamos.
En él entramos,
perdiendo los sentidos,
para soñar.
Y nos amamos,
fundidas nuestras almas
y nuestros cuerpos.
La comunión
nos viene de los astros
y las estrellas.
¡Hermoso sueño,
con néctar agridulce
que disfrutamos.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/04/20