El trozo de hielo

Por la calle estrecha subía
contando adoquines.
Hablando con el calor
que atrapaban mis trenzas.
En mi mano, la bolsa de redes
asas redondas, redes blancas.
Iba a comprar un trozo de hielo
para paliar el calor de
aquella pequeña despensa
donde una tableta de chocolate
con cromos de mariposas
se codeaba con una docena
de huevos blancos
y dos trozos de morcilla que
decían era de Burgos.
Por la calle estrecha
dejaba de contar adoquines
pensando si a la mágica barra de hielo
habría o no de dolerle
aquella máquina que la partía
por cincuenta céntimos.
Calle abajo
mis seis años corrían
para que no se me muriese
aquel pequeño trozo de hielo
que lloraba agua en silencio
y a mí me daba mucha rabia
y mucha pena.

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Muchas gracias querida wallacegere.

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