El tren de Bremen

Las estaciones de trenes siempre son melancólicas.
Atrás del barullo anónimo hay un silencio enorme.

En el silencio enorme,
dolores y alegrías enmudecidas por el tiempo,
fantasmas que se inquietan,
buscan acongojados entre el tumulto caras conocidas.

Alguien espera.
Alguien despide.
Corazones desgajados.

Los vagones estiran el dolor rascando las vías,
como violines.
Tren lobo,
en frenética carrera aullándole a la luna perdida.

La esperanza llegando o yéndose.

Besos aproximándose,
perdiéndose entre el paisaje
atrapados tras las ventanas.

Algo se ensambla o rompe.

Colecta y lanza aquella sangre humana
en arterias de avenidas y vagones:
una estación de tren es un corazón palpitante
entre bruma y silbidos.

Deja de ser un poco de nosotros.
Hay miradas perdidas, hambrientas.
Los ojos ya están mirando a otro lado.

En una estación es todo tan fugaz,
tan humano.
Es iglesia de los sentimientos.

La lealtad se echa a esperar a su dueño, como un perro.
La fidelidad espera que regrese su sueño.
Allí se entrega o se quita.
Se devuelve o niega para siempre.

Una estación es la playa de los sentimientos.

La abuela barre parsimoniosa a los olvidados,
a los sentimientos olvidados en las bancas.

A veces,
es tan hermoso irse,
solo para llegar años más tarde,
más barrigón y con una boina,
arrastrando olores extraños,
y despertar,
despertar fantasmas que se creían muertos.

Una madre lleva fuego recién encendido en una carriola.
Otra entrega una bendición,
alimento para el hijo que se va.

Un niño corre por el andén,
sostiene en la mano un adiós hasta el último segundo.

En la estación los suspiros se convierten en palomas.
Los paisajes están llegando como espejos.
Las ciudades y pueblos intentan irse.

Torbellino. Sumidero de las distancias.

Parece que realmente estamos perdidos, abandonados.
Parece que realmente buscamos.

Una estación es como la vida,
somos y dejamos de ser un instante.

Una estación pretende ser,
es un intento,
pero nunca es nada.
Como la vida,
un lugar donde confluimos y marchamos,
quien sabe de dónde y hacia dónde.

En una estación
se atoran cosas valiosas que uno quiere llevarse,
se espantan las que uno quiere traerse,
como en la vida.

8 Me gusta

Maravilloso la vida es ese andén giratorio donde todos estamos de paso , con sus preciosos encuentros y sus tristes despedidas . Feliz viaje :wine_glass:

1 me gusta

Precioso poema, compañero! Las estaciones son el ajetreo de la pura vida arrastrando el equipaje de los sentimientos. Son muy literarias, como tu hermosa descripción poética… :blue_heart::rose:
Saludos, Jesús!

1 me gusta

Querida @rebktd, muchas gracias por su comentario y una disculpa por una omisión de…2 años!!!
PD: aprovechó para corregir un poco.

Mi querida @mariaprieto! Ídem, una disculpa por respuesta tan tardía y mi agradecimiento por apoyar este trabajo.

1 me gusta

Fue un placer! Me gustó mucho! La he vuelto a leer. :heart_eyes:
Saludos, Jesús.

1 me gusta

Me alegra mucho haber reencontrado este poema, aunque sea dos años después, y leerlo de nuevo.
Qué amalgama de situaciones, circunstancias y sentimientos en una estación de tren, donde se encuentran los holas y los adioses, los principios y los finales.

Me quedo aquí…

A veces no está tan mal irse, para luego volver.
Un poema hermoso, Jesús.

1 me gusta

Gracias mi querida Walla, bienvenida a esta estación de los trenes de la poesía.
Bienvenida a este pequeño vagón.
Buenos días!

Muy agradecido por tu visita y comentario.

1 me gusta

Me encanta este poema; la estación es, como tú la describes. Encantador tu versar, poeta, con algo de melancolía, de esa que me gusta.

"Una estación es como la vida,
somos y dejamos de ser un instante.

Una estación pretende ser,
es un intento,
pero nunca es nada.
Como la vida,
un lugar donde confluimos y marchamos,
quien sabe de dónde y hacia dónde.

En una estación
se atoran cosas valiosas que uno quiere llevarse,
se espantan las que uno quiere traerse,
como en la vida."

1 me gusta

Qué tal querida @luciagomez1956. Me da gusto le agrade este tipo de nostalgia.
Yo ya ando rondando los 60 años.
¿Será que de un tiempo acá, la esperanza se convierte en enredadera, que nos va trepando y cubriendo la mirada y el alma, y nos tuerce el cuello para que miremos más el pasado que el futuro?
Sea como fuese, la nostalgia seguro debe ser parte de la belleza y una felicidad si no existida, sí prometida.

Ya oigo el silbido del tren que viene, para llevarnos a la estación definitiva, a la parada final. Por eso, mientras tanto, hay que mirar atentamente mientras esperamos y hacer un balance. Y dejar el equipaje mental y emocional que no se ocupa allá, de donde vinimos sin nada.

Un abrazo!