El tiempo roto

El reloj de arena le rompía las manos, ella nunca aprendió a esperar, sus urgencias eran casi tenebrosas pero comprendía por qué aquellos ojos la veían con recelo.

Se guardó el amor en un bolsillo, ese que justamente aún estaba entero. Dejó todos sus besos acomodados en sus rodillas y prometió a sus lágrimas silencio.

Ya no temía a las heridas, comenzaba a surcarlas muy adentro, entonces se sacó los zapatos, miró al cielo, respiró muy hondo y… se echó a volar por un agujero.

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