Tras derribar la silla, nada le sujeta a la tierra.
Está atado, únicamente, al cielo.
Siente la noche en la garganta aprisionada,
el aviso aterrado de los nervios,
quema, ardiente, el pecho.
Un espasmo le hace patalear en el aire
y, luego, queda muy quieto
y se le apagan los ojos.
La noche se abraza al pálido suicida
y pone una cierta majestad en su cuerpo.
Se oye el ajetreo de la ciudad por la ventana
pero sólo hay silencio
en los pulmones del muerto.
Puede sentir la noche, intensamente,
como si el ruido de bocinas y motores en la calle
fuese, a la vez, una caricia y un reproche.
(No había carta que explicase por qué lo había hecho.
No se despedía de nadie)
Es duro de leer tu poema, vaya retrato de un acto que no hace sino dejar una estela de dolor para todos aquellos que aman a la persona que toma tal decisión. Y luego, tratar de imaginar esa montaña de situaciones, ese maremoto de eventos, que empuja a una persona a llegar a tales instancias.
Es duro, sí. Y un problema tremendo del que apenas se habla. Hay el doble de suicidios que de muertos en accidente de tráfico, y diez veces más que asesinados. El problema está ahí, hay que afrontarlo. Gracias por leer y comentar, Alejandro
A veces, para alguna gente, la vida se encoge demasiado la vida y no deja pasar ni un rayo de sol. La poesía, por oscura que sea, arroja una luz. Un abrazo
Tu sabes bien que hay momentos y momentos, luces y sombras en la vida, y en la poesía. La poesía es parte de la vida, la relata, la interpreta, a veces es un disfraz, a veces es la vida , con toda su crudeza. Un gran abrazo, Pedro y buen fin de semana
Desgarrador poema, una fuerza expresiva en su narración loable.
No era necesaria ninguna carta, porque la despedida era de su propia persona y las causas solo la conocía el. Y todos los que te leemos, que sabemos que el suicido es un acto de locura.
Un fuerte abrazo