Posándose en el alféizar,
alza su canto en el alba nocturna.
Nubes negras cubren sus plumas;
de sus alas desprende el hedor de la angustia.
El ruiseñor le canta a la muerte
con un sonido suavemente penetrante.
Atrapa a las almas pérdidas de sus cuerpos;
ofrece el descanso al exhausto de sí mismo.
Desencadena al condenado
y limpia el polverío de sus tiempos.
Regala la tranquilidad sepulcral
al que le es indigno tocar la vida.
Saca las navajas incrustadas en la garganta,
brindando los anhelados caminos de la esperanza.
Hoy, precisamente en mi tormenta,
acostado en mi lecho con el cuerpo pútrido,
aquel pico brillante me abre las puertas.