El reloj absurdo se resarce con retraso de la medianoche
en el terror nítido que ingrávido busca emocionado,
donde no quedan vestigios de fantasmas
y los libros y los juguetes ordenados
al silencio confiado desafían
en cincuenta metros
de dominio.
Qué sutil, Dios.
Tan sutil como poco útil
al que padece y resulta que no es
exhausto, exacto a cada uno. Infamado por
la llama y no responde a lo que de él se espera, y no
llega, aunque la llaga supura con prístina tristeza en su almadía.
(Poemas interiores)