El ratón del rastro

EL RATÓN DEL RASTRO

Yo era un habitual de los rastros, un ratón que degustaba con placer la búsqueda de trastos inservibles y caducos sin otra utilidad que la decoración o colección. Cada vez que conseguía una pieza a bajo precio, me sentía eufórico, triunfante. El juego de la búsqueda se había convertido en mi mayor pasatiempo. Durante la semana, dibujaba un mapa de los puntos más cercanos a mi ciudad, señalando horas y puntos donde ese fin de semana iban a tener lugar subastas o rastrillos. Descartando el último lugar al que había asistido por pura estrategia de abarcar el máximo terreno posible sin repetir puestos. Mi búsqueda no tenía límites; desde libros descatalogados a una lámpara de mesa de los años setenta, todo me valía. Mis amigos decían que mi casa era un museo y que podría ganarme la vida alquilando algunos objetos como atrezo para el cine y teatro. Tal era mi adicción.

Mi único deseo al compartir estas líneas con ustedes no es otro que advertir a todos los buscadores de tesoros de fin de semana si les merece la pena correr el riesgo de vivir la mala experiencia que he vivido yo.

Esta es mi historia.

El encuentro inesperado

Perdón, no me he presentado. Mi nombre… bueno, poco o nada importa.

Todo empezó cuando lleve a casa un ánfora de arcilla con forma de bulbo, de no más de 15 centímetros de alto, que compré a un mantero que me encontré al final del rastro, algo apartado del resto de puestos. Después de algunas preguntas - que solo era una estratagema para sondear su avispada capacidad de negociación - levanté un ánfora que parecía decirme “cómprame”. Estaba decorada por amorfos danzarines bailando al rededor de un fuego, el cual saltaban. Alrededor de su cuello, una extraña inscripción pintada de un rojo sangre apagado revelaba los numerosos años que tenía la pieza que sostenía entre mis manos. Finalmente, un tapón renegrido por el paso del tiempo, hecho a mano con alguna rama de árbol, cerraba herméticamente el recipiente. Para mis adentros, me moría de ganas por llegar a un acuerdo y llevármelo a casa.

-¿Cuánto? - pregunté con mi cara de jugador de póquer.

-Veinte euros – respondió rápidamente.

-Tengo diez, ¿te vale? – ¡Lo tengo, ya es mío! -pensé, mirándole directamente a los ojos.

-Sí. ¿Quieres una bolsa?

-No, gracias. Ya tengo.

Mientras me alejaba. me decía: soy el mejor. Los pillo al vuelo. Una vez más, mi olfato no me ha fallado.

El inicio de la maldición

Me he vanagloriado siempre de conocer a la gente con solo una mirada. Orgulloso de mi hallazgo, sabía ya donde iba a exponerla para que fuera vista y motivo de conversación. Sobre la televisión, tengo una larga estantería blanca donde habitualmente expongo mis libros preferidos. A los pocos días, el primer indicio de que algo no andaba bien en mi casa fue la muerte de mi cotorra argentina, que me regaló un buen amigo. Poco después, la televisión, de la noche a la mañana, se fundió a negro y nunca más volvió a la vida. Al entrar en casa, esta siempre estaba helada y hablo del mes agosto en pleno centro de Córdoba. Todo ese cúmulo de circunstancias comenzó a hacer que me sintiera incómodo dentro de mi propia vivienda. Mis amigos habían dejado de venir, argumentando que estaban muy ocupados y, poco a poco, me fui quedando solo, hasta que un día me levanté y me di cuenta de que era un ermitaño en medio de una gran ciudad.

No sabía qué hacer; desconocía por qué la mala suerte se estaba cebando conmigo. Primero la muerte de mi joven cotorra, después la perdida de mi trabajo, hasta llegar al adiós de mis amigos más fieles. Después de mucho lamentarme, caí en la cuenta que todo había empezado justo el día que puse mis ojos sobre aquel maldito recipiente de barro que casi le robé a aquel desgraciado. Como ya he mencionado, se encontraba en el mismísimo límite del rastro, solo, aislado, sin público; pero, como ya he dicho soy un ratón de rastro y hacia allí encaminé mis pasos con la esperanza de hallar el premio del día. ¡Y así fue, ya lo creo!

¡Sin duda, de ahí provenía mi mala suerte, de esa maldita pieza embrujada! ¡Estaba seguro! Esos signos indescifrables, esos seres amorfos, el fuego… ¡No me cabía la menor duda: ahí estaba el mal, que de no estar atento, me llevaría a la tumba!

-¡Te tengo! – exclamé en voz alta mirándola.

-Mañana ya no estarás aquí -sentencié señalándola con el dedo.

Aquella misma noche me desplacé a las afueras de Córdoba y lancé el recipiente todo lo lejos que mis fuerzas me permitieron antes de volver a casa.

La desesperación crece

Mañana no habrá quien me despierte, voy a dormir como un niño – me decía para serenar mis temblorosas manos.

Al llegar a casa, deposité las llaves y monedero -como de costumbre-sobre la mesa que está junto a la puerta y me fui a dormir, satisfecho de haberme deshecho de la maldición que parecía seguirme allá donde fuera. A la mañana siguiente me levanté animado y con renovadas fuerzas; sentía que un nuevo comienzo, cargado de posibilidades, se abría ante mí. Me preparé el desayuno y me trasladé al salón comedor para ver la televisión. Al coger el mando, de repente un frío atenazo todos mis músculos. Allí estaba de nuevo, presidiendo la sala, ocupando el mismo lugar que había escogido yo la primera vez que la introduje en mi vida… en mi hogar. No salía de mi asombro, no era posible, yo estaba seguro de haberme deshecho de la maldita cosa, pero claramente ahí estaba. Aquella misma noche volví al lugar más recóndito de la provincia y en esta ocasión la enteré. A la mañana siguiente, ahí estaba de nuevo. La desesperación que envolvía mi alma me llevó a pensar que la podría incinerar. Busqué un lugar escondido, saqué un bidón metálico del coche, lo llené de ramas secas, las rocié con gasolina, rompí en mil pedazos el endemoniado recipiente, lo arrojé al fuego y me encomendé a Dios. Después de varias horas me marché, no sin antes asegurarme de que no quedara más que cenizas y algunos trozos de barro ennegrecido e inservibles.

La mañana era clara, luminosa, un día ideal para disfrutar del sol de agosto. Me levanté ligeramente cansado por lo tarde que me había acostado la noche anterior y despacio, con el alma en vilo, recorrí los pocos metros que me llevaban al salón comedor, esperando que por fin todo hubiera acabado. Atónito, comprobé una vez más contra todo pronóstico que, ahí estaba esa maldita cosa salida del infierno. No podía creerlo: no había forma de liberarme de ese maldito trasto.

Un nudo corredizo e invisible apretaba mi cuello haciendo tambalear mi cordura. Después de sopesar los pros y contras, decidí venderla. Si hasta mí había llegado a través de una transacción económica, era más que probable que esa fuera la única forma de deshacerme de la mala suerte que venía arrastrando. Espontáneamente, una lucha interna de valores y de sentimientos encontrados se desató dentro de mi alma, dándose de bruces con la desesperada huida hacía a delante, con la necesidad de sobrevivir a toda costa. ¿Qué sería lo siguiente, mi muerte?

La última oportunidad

Llegó la mañana del domingo, metí algunos trastos y libros en el coche y, decidido a vender, me encaminé al rastro más cercano. Pronto, el público comenzó a rodearme y a preguntarme por precios.

-¡Todo barato! – gritaba con fuerza y con el corazón en un puño.

-Perdone, ¿el precio de esto?- dijo un hombre alto, señalando el ánfora.

-¿Cuánto pagaría usted?- respondí.

-Tengo aquí cinco euros. ¿Le vale?

Yo estaba dispuesto a vendérselo hasta por un céntimo, pero siguiendo el juego:

-Me vale – respondí intentando ignorar el peso de mi conciencia.

FIN

Fernando Giraldo 22/06/2025

4 Me gusta

Un buen relato que te atrapa y no puedes dejar de leer…
Excelente y bien hilado.:clap:
Un saludo, Fernando, buena semana!

(Te envié mensaje).

Un relato muy bien entramado
que te atrapa

Hola de nuevo, Fernando! Cuando escribas
en tu procesador de texto, tengo el Word, lo que yo hago es escribir y corregir en el mío y cuando está listo, lo copio y pego en el de Poémame, aunque ya sabes que se puede corregir también aquí…
Si tienes más dificultades puedes acudir a nosotras, @horten67 o a mí, somos coordinadoras de la Comunidad y estamos para ayudar. Puedes también ponernos un mensaje privado como el que te envié. Ok? Un saludo!

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