El premio de Dios o las alas del ángel

—¡Raúl, tengo donde alojarme los días de pase! —Dijiste
—¿Dónde, Julio?
Me contaste tu embelesamiento por una mujer del barrio.
“Se llama Rosa y habla con ojos negros bajo largas pestañas y una sonrisa imperecedera que contagia y enamora… el pase largo es cada seis meses… Camagüey dista de la Habana…. ¡Pero Dios me premia con un ángel! Tiene treinta y dos años, ocho más que yo… Hace dos meses la visito a ratos los fines de semana. Era esperado… ¡Echamos hoy el palo más rico del Mundo!”
Y me narraste los detalles:
—Quiero hacer té… ¿Me Llevas a la cocina? —Dijo invitándome a cargarla con un gesto y fingido puchero.
Mudo, la tomé en brazos, me cruzó las manos al cuello y al apretarla sus macizas tetas me encendieron la piel inervando mi atrasado atributo cabeceante. En la cocina me hacía moverla para alcanzar el jarro, encender la llama, calentar el agua, seleccionar el té… y en cada movimiento comprendía más lascivia que en el anterior. Un electrizante temblor me estremeció…
—¿No puedes ya conmigo…? Ponme sobre la mesa, descansa —dijo
Al hacerlo apreté sus nalgas y ella me besó el cuello…
—¡Juliiii…, estás vola`o! —Me agarró la mano —¡No puedes quedarte así! —Rió con picardía mientras su mano abría mi portañuela y con la yema del pulgar y el índice me oprimía el glande intermitentemente hasta verlo inflamarse y corcovear.
Disfrutaba mi silencio, mientras lanzaba al aire
su blusa empinando sus senos contra mi boca. La levanté y me ayudó a desprender el short que la cubría. Notando mi inquietud, me empujó atrás. Me desvestí.
¡Qué belleza! No dejaba de contemplar cómo se acariciaba los senos con una mano y los dedos de la otra manoseaban el pubis, los labios y el clítoris hasta sustituirlos por mí encendido glande guiado por ella a su gusto y complacencia…
—Sin penetración aún. ¡Todo a su tiempo! —Ordenó. Y la llevé a la cama. Practicamos todas las posiciones conocidas e inventamos otras.
En lo adelante estaré con ella desde el sábado hasta el domingo todas las semanas.
—¿Qué te parece, Raúl?
—Qué eres un oportunista.
—Te juro que ¡NO!, coño —Respondiste.

Treinta años después, te veo con Rosa y tu hijo.
Se me escapó una lágrima cuando dijiste:
—Se llama Raúl —y agregaste — ¡Vamos a
celebrar!
Y feliz, cargaste a Rosa, sin complejos y orgullosa con sus dos muñones.
@Saltamontes.
(Publicado en Antología Afrodita y Eros IV, Letras con Arte 1018)

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