Nacemos y morimos rápidamente, somos una línea de altos y bajos, en un elemental gráfico que oscila. A veces exultamos alegría, otras veces exudamos tristeza. Nos planteamos objetivos diversos, a veces distantes, otras asequibles, pero la mayoría de las veces inalcanzables.
Somos cáscaras de nuez surcando un mar embravecido, intentando alcanzar una playa inexistente. Intentamos iluminar con nuestras risas un mundo oscuro de lágrimas, que nos envuelve como una fina bruma, que resulta impenetrable.
Creemos en el amor, aunque en realidad es sólo un sueño, una quimera, un vellocino de oro, que cuando casi lo alcanzamos huye de nosotros de manera esquiva, como si nos temiera.
Amor, ideales, compañerismo, vida eterna, juventud, libertad, igualdad, fraternidad. ¿Dónde van a parar todos estos sueños que nos acompañan durante nuestra existencia?
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En una dimensión ajena al mundo
hay un planeta azul olvidado
habitado por sueños abandonados
que alguna vez fueron felices.
Hay una oquedad perdida
en la que se resguardan
las utopías que no pudieron
alcanzar a ver la luz.
Espectros de todos los colores
deambulan su desilusión
por no haber llegado a ser
y ser ahora incertidumbre.
Fantasmas que agonizan
en su propia remembranza
en la cordillera triste
de lo nunca acontecido.
Anagramas dibujados en blanco
en negras pizarras exiliadas
que jamás serán expuestas
a la mirada de los churumbeles.
Habitantes de la ausencia
ahogados en la propia soledad
víctimas de la sinceridad
que se convierte en sinrazón.
Políglotas vagabundos
surcando paisajes sin cielo
sin suelo sobre el que pisar
flotando cual banderas al viento.
Una vida eterna les retiene
les ancla para siempre aquí
al agujero de las ilusiones perdidas
donde van a parar nuestros sueños.