Extraido de poemame viejo / publicado (3/11/2019)
Ladraba en las noches al sentir el más leve ruido, al olfatear presencia humana desconocida…; y lo hacía de forma diferente a cuando veía o escuchaba cortejos gatunos, que en celo, gimen como párvulos hambrientos escenificando alborotos sobre los techos con bruscos movimientos de la hembra aparentando huidas de lo que desea y quiere que ocurra, pero se hace la difícil provocando al macho, que la persigue y la mira sin pestañar siquiera esperando el momento del zarpazo oportuno para la mutua complacencia.
Anoche esos romances gatunos me complicaron el sueño. No pude dormir. Me extrañó no escuchar, como de costumbre, ladrar al perro y arrastrar nervioso la larga cadena que lo ata a su caseta en el patio de Lola, contiguo al fondo de mi casa. -¿Se habrá muerto? –Pensé.
Lo primero que hice al despertar, fue acercarme al muro y mirar al patio. Estaba echado delante de la caseta. Al advertirme, alargó su hocico fijando en mi la mirada, opacos sus ojos y con reflejos de cierta angustia o sufrimiento. Impasible.
Ya hacía un mes de mi regreso tras noventa días de ausencia, pero no me había percatado del can. Me tomé un vaso de yogurt, piqué un pedazo de Jamón Viki y volviendo al muro del patio, le tiré el alimento. Él se paró, fue con cierto desgano al jamón, lo olió y mordió despacio, pero finalmente lo comió y se volvió a echar donde estaba. Me miró con aparente agradecimiento.
Recordando no haber visto a Lola, la llamé en alta voz varias veces para saludarla.
Abrió la puerta del fondo de la casa uno de sus tres hijos, lo saludé y al preguntarle por su madre, me dijo que había fallecido dos meses antes. Le expresé mi pesar. Le comenté mis impresiones sobre el perro y me contestó:
—Desde el siguiente día de la muerte de mamá, se ha vuelto mudo. Solo se le escucha, a veces, lamentarse quedamente con gemidos.
No pregunté ni dije más nada.
Reflexiono el hecho escribiendo este relato:
“El perro de Lola”
