El otoño avanza lentamente
resbalando por valles y quebradas
tiñendo de oro viejo la arboleda
rompiendo el equilibrio de mi alma.
Dejando tras de sí un leve poso
de ácida amargura y de nostalgia,
de dulces despertares somnolientos
con que olvidar las noches que no acaban.
Con viejos resquemores que rebrotan
después de estar ahogados en la nada,
con tímidas pasiones que renuevan
los odios, los amores o las náuseas…
Con tibios malestares en los huesos,
esas vigas que forman mi enramada
con agudas punzadas en mis sienes
que han sido por el tiempo plateadas.
¿Qué quedará después que todo pase,
después de que las hojas macilentas
se fundan y se aplasten en el lodo
bajo el ingente peso de la escarcha…?
¿Qué rastros quedarán de mis recuerdos,
de tu ternura y de mi propia aura
si la historia, que nunca se repite,
acaba de repente con mis ansias…?
¿Dónde se irán los sueños juveniles,
esa impaciencia que mató mi calma,
el vivir refrenando mis pasiones
para inmolarme luego en tu ara…?
¿Qué embotará el brillo de mis ojos,
qué helará la sonrisa de mi cara,
en qué mármol se tornarán mis labios
y qué cantos morirán en mi garganta…?
¿Quién sentirá un día que me haya ido
y encenderá una vela en nuestra casa
al recordar los años que he vivido
cargando con la vida a mis espaldas?
Quizá tu corazón será mi cuna
la cuna primigenia, enamorada,
donde aniden por siempre los deseos
que brotan de mi más profundo karma.
Allí reposarán hasta el instante
en que rotas sus leves ataduras
remonten al fin libres hasta el cielo,
cual himno alborozado que no acaba.
Entonces ya sabré por qué he nacido:
para hollar los rincones de tu cuerpo
navegando, sin fin, por tus arterias
en busca de la paz tan deseada.
Y por si acaso nada de esto ocurre,
por si al final del camino, ya no hay nada,
quiero llevar por delante tu belleza,
quiero llenar hasta el borde mis canastas;
quiero que el peso que tenga mis alforjas,
cuajado de vivencias y nostalgias
un gran peso, ancestral, incalculable,
me ayude un día a liberar mi alma.