No niego la plegaria
ni el desafío al que me enfrento cada vez que escucho tu nombre,
dejo que el viento se lleve lo que sobra,
mientras tejo la herida con hilo de cobre.
Cada pedazo me recuerda una historia,
un sigilo,
una desventura,
como un amuleto mal usado,
como un arcano mayor de la baraja.
Disculpa mi atrevimiento,
mi pecado,
disculpa a las sagradas escrituras,
al oráculo;
ellos no querían predecir el malfario,
ellos no querían acabar vinculándonos,
pero el Diablo tenía otros planos,
la muerte no quería llevarme
y tú tuviste que quedarte conmigo.
No miento si digo que vi a Dios en tus ojos,
yo que no soy creyente,
yo que nunca le recé a nada ni a nadie.
Tuve miedo de perderte,
de quedarme en medio de la nada,
de arrancarme el corazón
y ni aún así salvarme;
la vida es a veces insaciable.
No he encontrado aún la forma de calmarme,
te veo en cada cosa,
en cada detalle,
no te equivoques,
no has logrado que te piense,
has conseguido que no olvide
el dolor que me generaste.
Tu presencia me causa indiferencia,
pero tengo memoria,
mi herida sigue viva,
latiendo como el primer día;
me pregunto cuándo dejarás de sostenerme,
cuándo me darás la libertad que necesito:
nuestro amor nunca pudo escribirse.