El niño travieso

Vladislao Odonic, duque de Dworzaczek, científico de gran renombre y fama donde los haya –inventor del propulsor estelar Odonic y descubridor del Principio de Aceleración Supralumínica–, siempre había sido muy previsor y ordenado en sus costumbres. Una de ellas, quizá la que más ha llamado la atención entre aquellos que se dedican a estudiar su vida y su obra, concierne a sus hábitos de lectura. Su biblioteca era legendaria; desde su más tierna infancia guardaba todo lo que había leído, que había sido mucho. Al parecer, a partir del día en que cumplió los cincuenta decidió volver a releerse, pero en orden inverso, las novelas, las obras de teatro, las poesías y los cuentos que ya había leído a lo largo de su vida –«ya he leído suficiente; ha llegado el momento de disfrutar del placer de la relectura», decía–, de modo que entre los 50 y los 60 releyó los libros que había leído entre los 40 y los 50; entre los 60 y los 70 releyó los que había leído entre los 30 y los 40; entre los 70 y los 80, los que había leído entre los 20 y los 30; entre los 90 y los 100, los leídos entre los 10 y los 20; y a partir de los 100 regresó a los tebeos. Murió a los 103 de un ataque de risa mientras leía «El niño travieso», de Hans Christian Andersen.

Luis J. Goróstegui

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