Todas las mañanas
me bebo el mar en una copa.
Para calmar el oleaje que levanta
mi cuerpo en ayunas
agrego el jugo de un limón
y tres copas de agua destilada,
de esa manera el amanecer
tiene el acento apacible
del viejo puerto acurrucado
en el fondo de un vaso
donde bebíamos esperando
salir a navegar con vientos a favor.
Cuando el mar se adentra en la garganta
y la marea baja encalla el navío entre los labios
me observo en el cuarto de máquinas
y dudo si soy el que escribe esta bitácora
o ese que se lanza a navegar
con su brújula perdida,
a quien tierra firme se le niega
y las corrientes marinas
lo confunden.
Todas las mañanas
me bebo el mar en una copa
y descubro que el faro en la distancia
anuncia las tormentas vencidas por los peces
que nunca aprendieron a nadar.