Luego del encuentro en el ómnibus, decidieron bajarse en la parada
del parque. No se veían desde hacía cuarenta años que pasaron el Servicio Militar cerca de éste pueblo. De sus correrías de reclutas, evocaron con nostalgia anécdotas vividas en el parque de la iglesia, donde con sus novias de ocasión, se sentaban en los bancos a la sombra de sus árboles o bajo la luz de los faroles.
A pesar del calor, en el bar cercano compraron una botella de ron y un refresco; pidieron tres vasos desechables y trocitos de hielo. Regresaron en busca de un banco sin sol, pero les costó hallarlo. Una vez sentados, mientras preparaban sus tragos, comentaron con tristeza el indiscriminado desmoche de los árboles.
Al hacer el brindis, y tomar el primer sorbo, se les aproximó un tipo, de rostro grosero y ojos saltones, que mirando a Ernesto, para congraciarse, sonriente dijo:
—Tú y yo nos conocemos…
El aludido, incómodo, cruzó miradas con su amigo y miró fijo a
los ojos del inoportuno sin responder.
—Hago memoria,…ahorita me acuerdo —masculló el indiscreto
sentándose al lado de Luis, a quién susurró:
—Dame un traguito, socio —.Sintiéndose ignorado, chasqueó los dedos y dirigiendo a Ernesto el índice, continuó:
—Ayúdame a recordar, mi hermano. ¿De dónde nos conocemos?
Echando fuego por los ojos, Ernesto se puso de pie:
—De la cárcel debe ser… ¿O no?
—Ya sabía yo, coño. ¡Claro! …Del tanque. ¡Hay que festejarlo! —masculló a Luis, que sonreía irónico por la ocurrencia de su amigo.
—¿No te das cuenta que aquí no pican? —Le dijo al entrometido y después al amigo —Ernesto, cuéntale por qué te echaron veinte años.
—Sí, sí, dímelo… ¡Veinte años es una tonga! ¿Por qué?
Al escuchar la respuesta de Ernesto, el individuo se alejó hasta desaparecer. Y los amigos, sin parar de reír sumaron otra anécdota, después de tantos años, del parque, donde ahora los desgajados árboles dejaban que el sol calentara los bancos y las paredes de la iglesia:
—¡Por matar a un intruso!
@Saltamontes (P.M.C. 2016)