No lo recuerdo a mi abuelo
pero sé que sus manos
le olían a guineo,
y sus labios a libertad y política,
con la brillantez e inocencia
de querer cambiar el mundo.
Él era un hombre diplomático,
traía a cada nieto un guineo.
La memoria es cruel,
no lo recuerdo
más que por las historias contadas.
Pero se que olía a guineo por la tarde fresca,
a plátano cocido y dulzura.
Olía a guineo,
pero a mi nunca me ha gustado mucho,
nuestra relación es algo complicada;
a veces da mal sabor de boca
y me tiende a hacer lagrimear,
aunque no siempre es sobre el guineo.
Aunque dicen
que hay que atesorar los recuerdos,
así que atesoro los guineos;
yo pretendo que en la mata
se alojan aún las manos de mi abuelo.