Te presiento en la hondura de la noche,
cuando la voz se enreda en los espejos del viento
y el aire tibio se llena de tu nombre.
Eres tacto sin piel,
humedad que no toca,
pero moja las raíces de mi espera.
El jazmín se abre en la sombra
como si en su centro latiera tu boca.
Y yo bebo de su aroma
con el ansia de un beso
que aún no ha nacido.
Susurras.
Y la brisa deja de ser aire
para ser piel.
Respiras.
Y mis labios dibujan en el aire
el roce imposible
de una caricia que nunca se posa.
Qué lenta es la aurora
cuando no amanece en tu pecho.
Qué largo el deseo
cuando solo vive en la música
de tu voz.
Amalia Beatriz Arzac