El día que quisimos ser poetas

                                                             *A mi amigo A. Rangel*

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Con el corazón inflado de poesía y la mente llena de ilusiones, hablo de aquellos tiernos entonces, decidimos, mi amigo y yo, en unas vacaciones de verano, invertirlas al cien por ciento en materializar nuestro talento en obras leíbles.

Para ello, en primera instancia, había menester proveerse de recursos para no tener distractores que desviaran el numen de aquellos pujantes bardos. Pero como a la postre éramos unos estudiantes que como mayor capital era aquella aspiración, nos dimos a la tarea de conseguir prestado dinero para sufragar el sustento pues nuestro principal distractor era el hambre, que no era poca. Fue así como recorrimos de uno en uno amistades, mecenas involuntarios que de pura lástima nos aportaban algo de dinero, que nunca pagamos, pero con esa tranza iniciamos nuestro proyecto con gran ahínco.

Acto seguido, para potenciar y traducir nuestras obras internas, decidimos que no nos caería mal el desarrollo de la técnica del tallereo que todo poeta debe tener. Así que con el clásico jipiesco morral al hombro y la gorra nerudezca, con una seriedad y convicción de que en dos meses nos veríamos presentando al menos un libro y en el que vaciaríamos nuestra inmortal obra maestra, nos presentamos en el taller de literatura de la casa de la cultura en donde el gurú, la autoridad, el cantor de la ciudad, nos lanzó un eructo ácido en la cara al mismo tiempo que decía a un condiscípulo suyo

-Aquí no se ocupa nada para entrar, ¿verdad Fulano? Nomás con que vengan.

Aquel eructo, que aún recuerdo con pequeños estremecimientos en la cara, nos alejó definitivamente de los talleres. Nos retiramos perplejos comentando como un poeta puede albergar nauseabundos vapores en sus entrañas. Nunca volvimos a asesorarnos con el de los versos pestilentes.

Fue entonces que decidimos ingresar a los clubes independientes de literatura, a los subversivos y marxistas, donde sí decías en tus obras alguna palabra sobre Dios y no despotricabas en la mitad de una obra contra el pinche gobierno, corrías el riesgo de ser desterrado para siempre y estigmatizado como reaccionario de mentalidad imperialista. En aquel club donde acudía Patoloco, un querido y desdentado personaje que fumaba cigarros “Carmencita”, uno tras otro, un abogado que arreglaba máquinas copiadoras, inventor y crítico literario, una maestra que hacía acertijos en forma de pretendida poesía y que se encabronaba hasta el paroxismo si no entendíamos el significado, fuimos bien recibidos y estuvimos a gusto un tiempo, siempre con sumo cuidado de no boquear poemas que trastocaran las premisas de ese grupo. Aunque miembros sui generis, respetables y nobles, hay que reconocerlo.

Dos eventos nos hicieron retirarnos de tal organización. La primera, la gracia que nos hizo (y burla que seguramente no pudimos contener), cuando en un taller se analizó la composición de cada uno de los integrantes por quién se ostentaba como la voz más autorizada. Después de un concienzudo análisis de la susodicha, comenzó a repartir bellas artes y géneros literarios.

-Tú serás cuentista, consolidas el principio y el fin desde el inicio.

-Tú vas a ser novelista, no sabes en qué termina tu obra.

-A ti te queda la poesía libre.

Entonces, la maestra de los poemas-acertijo, desesperada porque se agotaban los géneros literarios, preguntaba inquieta una y otra vez

-Y yo qué, ¿yo qué?

La maestra autoridad, un poco ignorándola, un poco queriendo no calificarla, y un poco desconcertada por no saber encuadrarla en ningún género, le dijo al fin

  • ¿Tú? … ¿Tú? …Tú vas a inventar un nuevo género.

La segunda. En la misma tertulia, con el propósito de ser imparciales y decirnos de una manera crítica las verdades, aciertos y fallas de nuestra incipiente profesión, con la promesa de que íbamos a ser honestos, sin hipocresía y decirnos la verdad, por cruda que fuera, no sin mi personal resistencia, hicimos el trato de hacer aquella ronda de críticas. Tócame entonces analizar a aquella poeta hacedora de géneros literarios. Fue tal el ímpetu y sinceridad que puse en aquella crítica, que cuando menos lo esperé ya la maestra estaba llorando y después de aquel arranque que tuvo, sobrevino el ataque con un repertorio tan más florido de improperios que nunca pensé que un poeta tuviese tal negra inspiración. Fue el fin de esa otra fallida incursión a los círculos de poetas.

Tiempo después y sin cejar en nuestro pasión y objetivo, la opción era sacar una revista recopilando obras de tímidos y solitarios autores que logramos contactar. Fue cuando uno de ellos, una vez que se sinceró de su escondida afición, ofreció entregarnos a destajo cincuenta poemas diarios, para poder llenar el volumen de hojas requerido. Tampoco entendimos la producción industrial de la poesía y a aquella maquina hacedora de versos.

Nunca se nos ocurrió volver a sacar talentos del closet y nos dedicamos, mi amigo y yo, a escribir de callada manera, a nuestro entender y sentir, temerosos de encuentros con nuestros acreedores y de algún vituperio por nuestros excolegas en la calle o en las instalaciones de nuestra alma mater, frente a nuestros compañeros universitarios. En cuanto al eructo, contrario a una inoculación de talento vía aérea, todavía sigo pensando si no fue el origen de la invasión de algún virus o bacteria que dio origen a una colitis crónica indefinida. Pero quisimos ser poetas.

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Entre los míos hay un dicho: “Cuando dos anarquistas se juntan, hacen una publicación. Cuando son tres, una escisión”. Y los hay que saben que cuando uno es uno mismo, nace el poeta o lo que quiera ser. :heart:

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Al fin y al cabo la mejor poesía es la que brota sin pensar en un momento dado, sin buscarla.
Qué gran relato, Jesús. Mi enhorabuena.
Feliz domingo :sun_with_face:

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Gracias! Abrazo.

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Gracias @wallacegere . Siempre un honor recibir tu lectura y comentario.
Feliz fin de semana!

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