En casa de mi nieto, en el cuarto de los huéspedes casi siempre albergan temporalmente un féretro. El de esta ocasión -aunque siempre están nuevos-, si alguien de la familia falleciera mañana no se utilizaría, porque es de los forrados en peluche, que son los de más bajo costo y los preferidos de los muy humildes. El padre de mi nieto es propietario de una funeraria y toda funeraria debe disponer de servicios fúnebres que incluyan un féretro accesible al bolsillo de cada difunto. El espacio que ocupa la funeraria en las afueras de la ciudad es pequeño, por lo que en ocasiones se ve en la necesidad de almacenar féretros en su casa mientras despejan las bodegas y se ocupan las salas de la velación.
Existen semanas donde los muertos están escasos, aunque en otras se agotan las existencias. De manera que el tiempo que ocupan el cuarto de huéspedes para almacenar féretros es incierto. De la clase media en adelante los féretros preferidos son los de madera con un forro más delicado en su interior. No es que los muertos reparen en ello, pero los que se despiden desean que el viaje sea fresco y con olor a bosque, por eso invierten un poco más en uno de madera. Un agente funerario debe adaptarse a los recursos financieros de su cliente y proveerle con el funeral digno que puede pagar, en ocasiones algunos califican para un crédito pequeño pagadero hasta un plazo de doce meses. En la sociedad resulta muy extraño y es hasta mal visto que entre los miembros de la familia de un comerciante de funerales se emplearan los de peluche para el viaje definitivo de alguno de sus integrantes.
A mi nieto le molestan las escalas temporales que los féretros de cualquier tipo y acabados hacen en su casa, pues le quitan espacio para jugar con la gata y sus carros a control remoto. El otro día en un descuido de su madre, metió a la gata negra Olga dentro del féretro, cerró la tapa y se olvidó de ella. Mi nieto siguió con sus juegos, en compañía de sus amigos invisibles y luego se quedó profundamente dormido, producto del agotamiento. Ocupados como estaban en sus cosas cotidianas y habituados a las escapadas que durante horas y a veces días de la gata Olga, quien se iba de cacería de ratones a unas bodegas abandonadas, que se encontraban localizadas a un par de cuadras de su casa, nadie reparó en su paradero. Muchas horas después, al ir el padre de mi nieto a sacar el féretro del cuarto de huéspedes para llevarlo a la bodega de la funeraria, donde ya le habían abierto espacio, encontraron a la gata asfixiada y con los ojos fuera de sus órbitas, el forro interior destrozado a causa de los desesperados arañazos, Olga había sido enterrada viva y nadie reparó en ello. Desde entonces, cada vez que temporalmente traen un féretro a la casa, cierran con llave la puerta de la habitación de los huéspedes, no vaya a ser que el niño sin proponérselo vuelva a jugar con la muerte.