Hace tanto que no dejo huella en el papel, y el tiempo, con sus dedos implacables, ha tejido en mí un ser nuevo, distante, del que un día soñó escribir su aventura. He caminado por senderos desconocidos, y al mirar atrás, las sombras de lo vivido se escapan como niebla en el amanecer. Si con todas mis fuerzas intentara evocar cada paso que dejó en mí una marca, quizá el recuerdo se perdería en la inmensidad del olvido. Sólo me queda una certeza, la más amarga de todas: que aquello que cuentan es verdad. La magia, no es más que el resplandor pasajero de la juventud, ese reino fantástico en que el tiempo se dilata y los días se tornan eternos.
¡Oh juventud, insensata diosa de oro y fuego! Tiempo en que los primeros sabores de la vida, amargos y dulces, desfilaban ante nosotros con el nombre de instituto, con el rostro de la universidad, las chicas, el alcohol… ¡Qué básicos los placeres! Pero qué furia desbordaba el alma, creyéndose héroe de epopeyas que el destino jamás escribiría. ¡Cuánta ilusión perdida en la trama de los días! Hasta que, de repente, un día, tus pensamientos se desvanecen, tus vivencias se alejan y el presente, antes promesa, se rompe en mil pedazos. Así, el mundo, mi mundo, que creí firme y completo, estalló ante mis ojos, y aquel Alonso, otrora glorioso, se volvió extraño, espectro reflejado en el espejo de la nostalgia.
Y en ese torbellino de espejos rotos, dos nombres se levantan como columnas: la Luz y la Penumbra.
La Luz, mi estrella y mi tormento. De ella he aprendido que la vida nunca es blanco o negro; la vida es un río profundo, en cuyas aguas claras y turbias nos encontramos. Ella, tan distinta de mí, es tormenta en mi calma, desorden en mi quietud. Sus zapatos olvidados, su mochila en la cama, son caos que me desborda. Y, sin embargo, ¡qué hechizo el suyo! ¿Qué magia escondes, morena de ojos claros, para tenerme a tus pies? Hermosa como princesa, pero con el corazón salvaje de gitana. Quebrantas mi paciencia, enciendes mi deseo. Y a pesar de todo, no cambiaría tus arrebatos por ninguna otra. Porque en ti, he encontrado no sólo una amante, sino una amiga, una compañera, la madre futura de mis hijos, la musa que despierta en mí el ardor de la vida misma.
Ah, pero no sólo el amor ha trazado cicatrices en mi alma. La estancia en la Penumbra, ese otro infierno de mi camino, quemaron lo que quedaba de mi confianza. Allí, en esa fría caverna de murmullos y desaprobación, fui reducido a la sombra de lo que fui. Un niño, despojado de su valor, roto, desarmado ante un mundo que parece tan hermoso y, sin embargo, alberga en su seno criaturas crueles. Cada día, cada hora, era una batalla perdida. Me arrancaron la fe en mí mismo y me dejaron a la deriva, un náufrago en un océano de angustia.
¿Cómo puedo ser el hombre que ella ama? ¿Cómo regresar a quien fui, si aquel hombre yace enterrado bajo las ruinas de mi corazón? Hoy, no soy más que un cobarde, un ser desequilibrado que duda de sí mismo, que teme no poder sostener a los suyos, a la Luz, a mi familia. Quiero ser héroe, pero no soy más que un niño, un pobre niño que sueña con ser gigante. La ilusión ha muerto, y sólo queda el silencio de la verdad, una verdad que duele y pesa.