El barco fantasma

Era una mañana brumosa y fría, y el mar estaba cubierto de una niebla espesa que apenas dejaba ver la silueta de un barco. Era enorme, negro y silencioso, como una ballena muerta flotando en el agua. Los pescadores más viejos del pueblo de San Telmo no habían visto nunca un barco así, ni sabían de dónde había salido ni qué hacía allí.
Pedro era un muchacho curioso y valiente, que soñaba con viajar por el mundo y vivir aventuras extraordinarias. Su padre era el pescador más sabio y respetado del pueblo, y le había enseñado todo lo que sabía sobre el mar y sus secretos. Pedro le preguntó a su padre si sabía quiénes eran los viajeros que iban en el barco que se veía entre la niebla.
Nadie lo sabe, hijo. Lo único que sé es que ese barco lleva varios días aquí y nadie se ha atrevido a acercarse a él.
¿Y por qué no? - preguntó .
Porque tiene algo de malo, hijo. Algo que hace que la gente sienta miedo y desconfianza. No podría explicarlo con palabras.
Pedro miró el barco con fascinación y sintió un cosquilleo en el estómago. Quería saber qué había dentro de ese barco, qué secretos guardaba, qué historias podía contar. Le dijo a su padre que quería ir a verlo de cerca, pero su padre se negó.
No seas loco, hijo. Ese barco no es para ti. Es mejor que te quedes aquí conmigo y me ayudes con la pesca.
Obedeció a su padre, pero no pudo sacarse el barco de la cabeza. Durante todo el día estuvo con la obsesión de explorarlo y en la noche soñó con él. Al día siguiente, cuando su padre salió a pescar con los otros hombres del pueblo, aprovechó para escaparse al puerto con su velero e ir hacia el barco fantasma.
Cuando llegó al barco, se dio cuenta de que estaba vacío. No había nadie a bordo. Todo estaba oscuro, silencioso, tétrico, como si el barco hubiera sido abandonado hace mucho tiempo. Pedro se atrevió a abordarlo para explorarlo con cuidado. Encontró camarotes llenos de ropa vieja y sucia, una cocina con platos rotos, una bodega con barriles vacíos y cajas llenas de polvo. No había nada que le llamara la atención o le diera alguna pista sobre los dueños del barco.
De repente, vio una puerta que se abrió sola que daba acceso a una de las cabinas, por su tamaño posiblemente la del capitán. Se acercó sigilosamente y con mucho miedo que se estaba convirtiendo en deseo de huir de allí. En el lugar había un cofre grande y pesado que abrió con dificultad. Dentro encontró un rollo de papel pergamino al parecer muy antiguo, pero en buenas condiciones, enrollado y atado con una cuerda. Lo desenrolló sobre un escritorio ennegrecido empotrado en uno de los costados del lugar. En él había una lista de diez nombres escritos y una isla dibujada con cantidad de detalles que permitían identificarla. Pedro se preguntó quiénes eran esas personas.
Pensó que ese rollo de papel tenía algo que ver con el misterio del barco fantasma y que podía cambiar su vida para siempre. Decidió llevárselo al pueblo para mostrárselo a su padre.
Salió corriendo de la cabina con el rollo de papel en la mano y bajó del barco lo más rápido que pudo. Subió a su velero y empezó a navegar hacia el puerto.
Buscó a su padre, pero no lo encontró por ninguna parte. Entonces tomó una decisión: escaparse antes de que regresara de sus labores de pesca e ir en busca de la isla desconocida, sabía que era una locura pero tal vez en esa isla encontraría la respuesta al misterio del barco fantasma, o un gran tesoro pirata.
Se subió a su velero y lo dejó deslizarse hacia el azimut que indicaba el pergamino.
Al otro día, al amanecer, vio en lontananza una isla rodeada de arrecifes de coral que le dificultaban el atraque. Estaba seguro de que era la isla desconocida que aparecía en el rollo de papel.
Se acercó con cuidado, evitando los escollos y las olas. Cuando llegó a la playa, saltó del bote y pisó con satisfacción la arena. Se sentía como un náufrago que había encontrado un paraíso.
Exploró la isla con curiosidad y admiración. Era una isla hermosa y salvaje, llena de árboles, flores exóticas, pájaros multicolores y animales extraños. No había rastro de civilización ni de habitantes humanos.
Se preguntó si la isla era realmente la misma que se mencionaba en el rollo de papel. Buscó alguna señal o pista que le confirmara su sospecha, pero no encontró nada.
Entonces recordó que en el rollo de papel había un dibujo de una montaña con una cruz que señalaba un punto, cerca a la cima. Miró a su alrededor y vio que en el centro de la isla efectivamente había una montaña alta y escarpada. Pensó que tal vez allí encontraría la respuesta al misterio del barco fantasma.
Decidió escalar la montaña. Fue una tarea difícil y peligrosa, pero no se rindió. Después de varias horas de esfuerzo, llegó al lugar indicado en el mapa. Allí vio algo que lo dejó preocupado y decepcionado: había una gran piedra taponando la entrada a una cueva. Sintió una mezcla de emociones: alegría, y decepción.
Esa roca no podría moverla, ya que podría pesar varias toneladas. Miró el rollo de papel que tenía en la mano y buscó alguna pista o indicación sobre como entrar al lugar en donde seguro estaría guardado el tesoro, pero este no tenía más datos. Estaba tan cerca del tesoro y no podía alcanzarlo.
Pedro se sentó frente a la roca y se puso a pensar con calma y paciencia. Repasó los nombres de los piratas que aparecían en el rollo de papel:
Juan Pérez
Luis García
Antonio López
Pedro Sánchez
Francisco Rodríguez
Manuel Martínez
José González
Carlos Fernández
Miguel Álvarez
Capitán, Rodrigo de Mendoza
Se levantó y dijo en voz alta como en son de broma: ¡Muévete roca!.
Entonces ocurrió algo increíble: la roca se movió dejando al descubierto la entrada a una enorme cueva. Sintió una alegría inmensa y una emoción indescriptible y a la vez algo de temor.
Siguió el camino que se abría ante él, esperando encontrar el tesoro en el fondo de la cueva. Pero lo que encontró fue algo que lo sorprendió aún más: en una gran sala se encontraban unas peculiares personas alrededor de una mesa redonda.
Estaban vestidos con harapos malolientes. Todos tenían horrorosas heridas sin sanar en el cuerpo.
Los espectros se quedaron mirando a Pedro con asombro y curiosidad. No podían creer lo que veían. Un muchacho desconocido había entrado en esa cueva después de decenas de años de estar repitiendo el mismo día.
El capitán Rodrigo de Mendoza se levantó de su silla y se acercó a Pedro y le dijo con voz grave:
Bienvenido a nuestra cueva, muchacho o si prefieres al infierno. ¿Cómo te llamas?
Me llamo Pedro - respondió con timidez.
¿Y cómo has llegado hasta aquí? - preguntó el capitán Rodrigo de Mendoza.
He llegado en mi velero - contestó - Encontré un barco fantasma cerca a la playa de mi pueblo, San Telmo, en que hallé este pergamino. He venido a buscar un tesoro.
Le mostró el amarillento, pero en buen estado pergamino. El capitán lo cogió con cuidado y lo miró con asombro. No lo escribí yo y lo último que recuerdo es que fuimos hundidos, o al menos, debió quedar muy maltrecho nuestro barco pirata.
Hace al menos un siglo, yo era el líder de un grupo de piratas que saqueaba las costas del Caribe. Éramos los más temidos y los más ricos del mar, con un barco que según lo que me cuentas que ya lo conoces, lleno de armas y provisiones. Teníamos un tesoro fruto de nuestros robos y asaltos. Poseíamos todo lo que queríamos: oro, joyas, seda, especias, vino y ron.
¿Y qué pasó? - preguntó Pedro.
Después de un combate con un barco Inglés militar, que nos molió a cañonazos, de pronto nos encontramos en esta isla desconocida. Todo lo nuestro despareció, no pudimos disfrutar de nada, guerras, saqueos y lucha fueron en vano.
El capitán Rodrigo continuo con el relato:
Tú eres el único que has venido del mundo de los vivos y ha entrado en esta cueva en centenares de años. Y también el único que ha podido ver nuestro destino, conocer nuestra historia para contarla al mundo entero cuál fue nuestro fin.
Debes irte ahora ya has visto nuestro horroroso destino y saber eso, será tu tesoro.
Pedro se despidió del capitán Rodrigo de Mendoza y del resto de los piratas. Todos le miraron con nostalgia, al recordar que ellos hace muchos años hicieron parte del mundo de Pedro y que no podrían acompañarlo, porque una fuerza desconocida no les permitía dar un paso más de un metro de la mesa en que estaban reunidos por toda la eternidad.
Pensó que tal vez su riqueza era ser testigo de la historia del capitán Rodrigo de Mendoza y de los piratas que habían encontrado el castigo por sus actos malvados en una isla desconocida y decirles a las gentes que el infierno existe y que él había estado allí.

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