El banquete

Desde la ventana pude ver como dos ratas llegaban a la luz que la luna derramaba sobre el patio. Suavemente se posicionaron de aquella claridad. Los roedores ajenos a mí presencia, daban la sensación que estaban tomando baños, en aquella radiante luminosidad, y que eran felices, incluso me parecían unos tiernos animalillos.
Yo,dada mi situación, no podía ver la luna, que a esa hora estaba sobre mi cabeza. Por los charcos amarillentos que dejaba en las losetas del patio se que estaba bien llena. Primero fueron dos ratas, las que llegaron a aquellos charcos, que parecían churretazos de miel.Más tarde tímidamente se fueron agregando otras, aunque su número no me llamaba especialmente la atención.
Sus movimientos me hicieron creer que se encontraban contentas y satisfechas, también pensé que la intensidad de tanta claridad las delataba y las exponía a esos grandes peligros que la noche guarda bajo su seno. Monstruos, que según mi escaso conocimiento sobre estos roedores, poblaban sus pesadillas, en el caso supuesto que estos animales sueñen. Me refiero a las lechuzas y los gatos. Aunque ellas parecían despreciar cualquier amenaza, su comportamiento no mostraba ningún signo de inquietud.
Conforme la noche avanzaba, lo que empezó como un simpático juego, tomó un cariz diferente, más inquietante. La cantidad de roedores aumentó considerablemente. Esto me empezó a molestar, la escena dejó de tener su encanto y me sentí algo nervioso. Además mi memoria empezó a rescatar la repulsión que estas alimañas siempre despertaron en mí. Una repulsión que regresó con toda su fuerza, quizás esta reacción fuese provocada por esa náusea atávica que su especie, provoca en la nuestra, y que guardamos en los sustratos de la memoria, o tal vez solo sea una nueva paranoia mía.
La cantidad no hizo variar el comportamiento de los roedores. Se movían de forma desinhibida. No sé por cuánto tiempo ignoraron mi presencia. Ya eran tantas que rebosaban los límites de la luz, hasta el punto que no sabría detallar si las ratas llegaban poco a poco desde su escalofriante mundo subterráneo, o estaban ya todas desde el principio en el patio,… solo que no las había visto, y muchas se ocultaron en las zonas de la oscuridad.
Aún podía controlar mis nervios. Por mi meticulosa observación, sé que aquel ejército de ratas estaba compuesto de miembros adultos. La ignorancia como ya he dicho anteriormente, común a la inmensa mayoría de gente, supongo, sobre los roedores y sus costumbres es absoluta,- sólo atenuada por algunos tópicos carentes de ningún aval científico- no me permitía vislumbrar las reacciones de estos, menos el sexo que predominaba entre ellos. En cualquier caso esto poco importa.
El cansancio, por la hora, velaban mis ojos, como si estuviera bañado por una niebla que lo envolvió todo de misterio. El aumento del número de miembros ya cubría todo el patio. La noche dotaba a esta inmensa masa de irrealidad, y del poder de imponer el terror. El espectáculo que empezaba a resultar insoportablemente repulsivo. Una voluptuosidad malsana, como si la naturaleza estuviese pariendo un monstruo y este se preparara para la venganza.
El delirio de la situación me hizo concebir que todo lo que ocurría era producto de la humillación que estas alimañas habían sufrido en la historia. Rechace la idea que no eran ellas las que se vengaban, si no la naturaleza. Esto último seguro que lo negué por la estúpida complacencia humana.
Fue entonces, cuando en una esquina del patio un temblor - que por la distancia me pareció que nacía en el suelo de la zona oscura - me altero, y rasco dentro de mi la alarma. El pánico se apoderaba de toda mi sensibilidad. las ratas se apartaban presurosas, dejando una zona completamente libre, que partía desde la parte de sombra creando un vórtice, y que penetraba como una cuña en la claridad.
Ahí fue cuando la ví. Era una rata enorme, como un dinosaurio, una rata antediluviana que avanzó con parsimonia, con poder. Todas a su paso se apartaba, como si su gigantesco tamaño impusiera su voluntad. Una voluntad incuestionable, perversa. Cuando penetró hasta el centro de aquel enjambre asqueroso, se detuvo.
En ese momento cayó como una losa sobre mi ánimo la certeza de que el destino del mundo se jugaba en aquella deliberación, y que este futuro se iniciaba con lo que acordaran sobre mí, que yo era el principio de un holocausto merecido.
Miles de ojos enfilaron su mirada a la ventana, aquellos ojos eran de fuego, sentí como mi corazón se estremecía primero y luego se helaba. Su objetivo, fuese el que fuese, se había dictado.
El efecto del miedo y el asco me paralizó como si aquella maldad que penetraba en la casa me hubiese hechizado. Ese fue el motivo de que no reaccionara, después de accionar la grabadora del móvil.
Aquel ejército me había elegido como primera víctima, se aproximaba con asquerosa resolución. Ni en las más alucinadas pesadillas, que pueblan mis paranoias, y las he tenido bastantes grandes, imaginé que terminaría en un festín caníbal,… que los comensales fueran miles de ratas, y que yo fuera el menú.
¡Pude avisar!, pero la indiferencia, la parálisis de lo irrevocable me lo impide. Puede que esta actitud tenga mucho que ver con lo que esta noche está pasando en mi casa. Pero ahora no tengo tiempo para esas disquisiciones. Les dejo anotado en la grabación lo que veo. Las ratas están dentro, y temo que ustedes seáis el banquete , y yo solo el aperitivo.

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