Para MARINI
Desde siempre Juan sostiene un gran peso, un peso que amenaza hundirlo. Lo vengo observando desde hace unos años. La gente lo ignora, la gente más cercana.
Juan debe tener la edad de los restos de la muralla del castillo. Lo digo por el color de su piel, un color indeterminado.
Mira con la luz de la indiferencia. Si lo ves por la orilla del río es fácil confundirlo con una montonera de hojas otoñales, de tonalidades mustias. Si a lo lejos, en un rincón del parque vez que el viento se arremolina, piensas: quizás sean el pelo y la barba de Juan.
Juan parece desligado de la vida, hasta que no te acercas, no compruebas que él, es la vida, solo que es tan viejo que aparenta que estuviera muerto o muriendo… pero es la vida.
La gente olvida con frecuencia que Juan sigue aquí.
Lo colocan como otra pieza del mobiliario de la ciudad. Esto me enfada, aunque lleve tanto años como la muralla del castillo, aún es humano, me digo.
Parece que se mueve poco, o que no lo hace, pero no es cierto, lo hace, solo que él camina a otro ritmo, con los pies de la lentitud. Lo más probable es que Juan sea una metamorfosis: de la lluvia, del tiempo, del sol, que sea una hoja…
Nadie lo mira …, yo si. No lo miran por la costumbre que tienen de haberlo visto siempre, que es la costumbre que hace ciego a los humanos. Es como los paisajes de la memoria, que ignoramos durante años y un día el horizonte te lo tira encima. Lo miro mucho, para mi es irresistible.
Se desliza por el mercado, silencioso, prudente, humilde, igual que los perros vagabundos, y me da pena, y no quiero, pero me la da. No quiero porque Juan es un ángel, y eso que yo en los ángeles no creo, pero Juan lo es, de la tierra, de los de aquí. Alguien que pisa los empedrados de todas las calles del mundo.
Coge de los puestos los restos, pocos… apenas algunas frutas en malas condiciones, nunca nadie le dice nada, quizás, porque nadie repara en los soplos del viento.
Solo en una ocasión se dignó a mirarme, solo esa vez cruzamos las miradas, pero yo sentí, que supimos vernos, encontré en sus ojos el pozo hondo del frío, donde habita el hastío y el desencanto. De esto han pasado años.
Puede que Juan quiera olvidar, diluyéndose en el musgo … ¿Quién sabe?. Todas las mañanas cuando pasó para el trabajo, él está ahí. Ahora nuestros tiempos se encuentran muy distantes. Nadie repara en él.