El amor nunca es sensato

El amor no puede ser otra cosa que una pura insensatez.

Y no me refiero justamente en su hacer cotidiano, sino, en su contrario.

Y del mismo modo la necesidad de vida, de sentirse viva alimenta la audacia, que siempre es microscópica, se esconde, no ama los bombos ni los platillos. Ella es sutil, como lo es la India, la mujer y de algún modo ama esconderse.

El amor es una llama siempre inesperada, siempre inédita y nunca inmediata.

Es como esa flamígera llama que llena de fuego se mueve y varía junto a las otras sin por eso dejar de guardar diferencia.

Y así, se acercan, se juntan, se asemejan sin ser iguales.

Se preguntan, la una a la otra…

¿Cómo estás? ¿Te ves delgada? ¿Es que acaso te falte aire que respirar? ¿De qué te has alimentado? ¿Es que no has comido, no has devorado ni una gota de savia, de aire, de árbol de leño?

Escucha mi pequeña flama…

La naturaleza palidece ante tanto silencio.

De repente, lanza un ardor, robusta y silente que entre las chispas se aviva, crece y come, come, come. Entonces, se alimenta, bebe.

De lo más inocente la llama hecha de puro fuego le responde: del mismo fuego me alimento.

En ese punto podría decirse que el fuego es caníbal, antropófago, se alimenta de otros y de sí, busca alimentarse en lo mismo y en la diferencia.

Y es entonces, que las llamas se tocan, se cruzan suavemente en su amarillo, se pierden, se prenden, crispean, explotan, se frotan y lamen… para finalmente gustarse, vencerse unas a otras… con el sólo fin de disgregarse.

Es entonces, que cabalmente, como no podría ser de otro modo, cuanto más se alimentan, más se consumen, que desde ya es un consumirse hasta los huesos.

Que es otro modo de ver y de decir: un consumirse hasta las cenizas o la muerte.

Después de todo, la llama habla la lengua del fuego y sus leños la leen, la escuchan, conversan, se entienden.

Yo diría que en un punto amamos la consumación y en ello somos concretistas (duros empiristas) y a la vez que magníficos teóricos.

Vemos obstinadamente la imagen de la muerte con el simple fin de amar más y más la vida (y mientras ella lo dice esboza una leve, una levísima sonrisa y, sus ojos al unísono y de repente, brillan como el fuego que no deja de crepitar, sus partículas se desmaterializan, se pierden en el espacio, en lo inmenso de un cielo oscuro y pétreo iluminado solamente por un blanco brillo lunar.

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Hermosa prosa

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Gracias Jorge! :smiley: