Sé que es tarde y que todo se ha perdido;
sé, también, que el reflejo en la ventana,
la densa tempestad de la que emana
esta luz prodigiosa, no ha existido.
Que el verso nunca escrito, que el latido
de los cisnes se apaga, con desgana,
en los bosques cubiertos de liviana
ceniza, con un grito sin sentido.
Es dulce la quimera de la vida,
la trama que nos deja con la herida,
con la llaga que nunca se marchita.
Tan solo unas palabras sin memoria,
el eco adormecido de la gloria,
dan fe de la miseria que me habita.