Dorada fruta

Me mira la dorada fruta, con su desborde de versos ligeros,
queriendo desnudar su apuro en mi presencia, y ya nada espera
en esta tibia tarde, en la que se agolpan los deseos prohibidos.
Ella asoma como una yema de luz envuelta en aparente desdén
Y yo, parado frente al sol como una gota de lluvia apenas fresca,
ensayando los pasos que daré para enfrentarme al destino.
Debido sería coger los trebejos para no ser hendido por el calor;
más aún, portando una piel que ya no es más de invierno,
y que exuda primaveras cuando recuerda los sueños cumplidos.
Pero el gusto no basta para animar al cuerpo a pelar crudezas,
ni la curiosidad, ni la sugerencia del tiempo que se agota.
Ni siquiera esa fruta que dice tómame, llena tu sed de carencias,
y tu necesidad de circunstancias con mi grácil novedad.
Yo no sé, voy a salir a caminar y a mirar las moras que cuelgan
y a los cerezos en flor, esperando que la temporada asome
para llenarme la boca de posibles sabores, todos conocidos;
aromas ciertos que al pie de mi ventana se puedan posar.
Antes que la dorada fruta me arroje a su laberinto, antes que
me convenza que después de todo no habrá arrepentimiento.

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