Domingo

No solía levantarme temprano.
aunque daba igual.

Saltaba de la cama a coger cualquier cosa con la que llenar el estómago
pues mi padres,
desde pequeño me enseñaron,
entre otras cosas,
que nunca había que fumar en ayunas.

También me inculcaron la costumbre,
tan beneficiosa como perjudicial
de estar siempre leyendo algo,
cualquier cosa.

Y así pasaba las mañanas,
en la cama,
un cigarrillo tras otro cuando todavía no estaba prohibido.

A veces un libro otras uno de esos comics que ya me sabía de memoria,
otras, cuando quería cambiar el mundo, un ejemplar de Le Monde Diplomatique
y nunca el periódico,
pues me daba mucha pereza tener que vestirme para salir a comprarlo.

Entonces no me conocías,
tenía el pelo largo, rizado e indomable,
casi como el tuyo.

Ahora tienes siete años
y cada tarde te peleas con las palabras,
juntando una sílaba tras otra.

Me pregunto en qué momento
la lectura dejará de ser deberes para ti.
Si también seguirás el ejemplo de mamá y papá
o te decidirás por otro tipo de aventuras.

Me levantaba de la cama no antes de las tres.
Si me quedaba dormido podían dar las cinco o las seis.
Hora de comer,
unas cuantas salchichas hechas en el microondas con tostadas.

En aquella época todavía era inmortal,
pesaba como cuarenta kilos menos
y apenas necesitaba respirar.

Me sentaba a comer viendo Aquí no hay quien viva.
En aquella época siempre lo ponían en algún canal, fuera la hora que fuera.
Me liaba un porro,
eso es algo que todavía no sabes que es
aunque me temo que invariablemente algún día lo sabrás y lo probarás,
cuando tengas treinta o cuarenta años, espero.

El humo denso del hachís disminuía mi tráfico mental al tiempo que la tarde oscurecía.

A veces veía cosas ahí donde no había nada
y, otras veces, veía como, poco a poco, el humo salía por el balcón
y pensaba: me gustaría poder volar como hace él.

Entre el humo, también,
se podía ver,
de vez en cuando,
asomarse a mis compañeros de piso.

Solíamos bajar, sobre las siete o las ocho,
a tomarnos unas cañas y alimentarnos con un poco de comida caliente.
En aquella terraza, muchas veces,
podía sentir el aire como si fuera la primera vez.

No solía,
creo que ya te has percatado de mi introversión,
participar mucho de las conversaciones.
A veces, atrapado en mi mundo interior, apenas seguía las conversaciones
pero me reía cuando los demás lo hacían también
y, sólo con eso, ya me sentía uno más.

Madrid es muy grande, aunque sólo lo notas en el metro.

Por lo demás tu mundo sigue siendo muy pequeño:
las calles cerca de donde vives,
la zona en la que trabajas
y un centro siempre despierto.

Desde el balcón de mi habitación, sita en Moratalaz,
no podías ver aquel lugar donde siempre parecía que iba a pasar algo.

Veía la noche, antes de acostarme,
gente pasar, cada vez menos,
sin prisa por que llegara el día siguiente,
porque en aquel momento sólo el presente importaba.

Y, sin embargo,
cada noche,
antes de meterme en la cama,
encendía una vela que me acompañaba toda la noche.

Yo no lo sabía,
pero detrás de aquella pequeña llama
tu madre y tú me estabais esperando.

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Me ha encantado el relato de esa rutina dominical de una época pasada, pero lo que más me gusta es cómo lo cuentas y a quién se lo cuentas.
Un abrazo :hugs:

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Aplausos-- Lo que está dentro del ser, no queda fuera del poema. Eso es lo que aporta magnetismo. Aplausos–

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Me gustó mucho la forma de contarlo, compañero.
Un saludo.

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Muchas gracias!

Un abrazo!

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Gracias!! Me alegra que te haya gustado.