Nos dijimos adiós una tarde de otoño profundo.
Qué difícil entonces pasear una caricia sobre tu rostro de hielo.
Nos dijimos adiós, y tu sin volver la mirada,
soportando un vacío que te llegaba a los pies.
Fue una tarde de largo adiós,
una tarde para mí de rabia contenida
que me salvó del amor.
Una tarde triste de un gris desangelado.
Te fuiste sin brillo,
apagada en tu soledad dolorosa,
por entre tu amor de cristal roto.
Una tarde que ojalá irrepetible,
no me depare más nunca el destino.
Desesperado y envilecido por mi furia callada,
con mi corazón moribundo y seco en sangre,
te vi por última vez con mis ojos de adiós, a lo lejos,
arrastrando tu pesar, tu pena de verdugo arrepentido.
¡Y desde entonces, te he dicho adiós tantas veces!
Qué difícil la última caricia sobre tu rostro de hielo,
sobre tus ojos fríos de adiós inolvidable,
la última caricia sobre tu piel ausente,
sobre tu cuerpo de vapor.
Fue una tarde de un otoño triste,
cuando con un beso miserable me dejaste de querer,
cuando al cabo del adiós,
me volviste la espalda,
para irte barriendo con la mirada,
los restos de tu desamor.