Al calambre de los lunes ausentes y nublados en la ciudad arrodillada, me despierto para repartir mi
tarta amarga de fotos en sepia.
Entre ciegos sin guía, atropellados por la prisa y las pasiones bilingües, voy limitando caricias y paseos sin tiempo, a empujones en el Metro, taconeando en ascensores camino al infierno de los cielos.
A veces voy con una mochila cargada de domingos de suplemento y amnesia. Y anhelo a la demente actriz de reparto que falsificaba títulos y esquivaba basura rezando a dioses ateos.
Alguna tarde me escapo y echo de menos buscar en un bolsillo la mano cálida de un visitante, clavando una mirada tierna y sexual como respuesta a un qué tal tu día.
En la ventana me corono y proyecto horizontes en el edificio de enfrente que me llevan a esa ninguna
parte que solo yo recuerdo y que a ratos olvido a golpe de crema antiarrugas.
Y ahora solo hay un NO a todo lo que quería, y ahora, solo hay un NO a todos a los que alguna vez quise.
