Desearía que mamá pudiera votar

Ambos guripas se aproximaron lentamente y la muchacha esperó. Era menuda y delgada, por lo que, cambio de cautela, había en los pasos de ambos hombres una socarronería amenazante, una extraña necesidad de aparecer grandes, turbios e inquietantes.

Eran como dos lobos acechando. Ciñéndose a la presa con parsimoniosa solemnidad. No eran los garrotes que empuñaban. No eran las botas puntacero. Eran las sonrisas. Los colmillos pelados, salivantes. Eran los ojos. Muertos, pero redivivos por una furia inexplicable, un odio encarnizado hacia la esbelta figura expectante que aparcaba un <<I’d wish that mom could vote>> contra el muro humedecido por a llovizna reciente.

El letrero era de cartón. Inútil. Los zapatos de tacón. Estorbos. El sombrero… No tenía nada de malo. Solo la pluma azul que no terminaba de combinarle con la falda gris.

Los guardias terminaron su procesión y pararon. El uno levantó el garrote en un amague, acostumbrado a que la sola visión de aquel movimiento infudiera el terror entre los borrachos y los carteristas de poca monta con los que habitualmente debía lidiar. Ella ni siquiera parpadeó.

-What do we have here? -el hombre se carcajeó-. A stuborn little b…

Se tragó la ofensa con un pedazo de lengua que desgarraron sus dientes al cerrarse de golpe, impulsados por el puñetazo en la mandíbula que la mujer descargó antes de alejarse, de lado, en tres cadenciados saltos.

El herido soltó la porra y se llevó ambas manos a la cara, que empezaba ya a bañarse del carmín de la sangre. El otro guardia, confundido, siguió boquiabierto el movimiento de la mujer, medio consciente de lo rápido que los roles podían invertirse cuando una de las partes había crecido viendo a los artistas marciales dando saltos absurdos y giros imposibles en los circos ambulantes que visitaban cada fin de semana la ciudad.

La mujer avanzó lentamente y ambos hombres esperaron. Ella los miró. Sonrió.

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