Apago el teléfono.
Debo limpiarlo,
desinfectarlo.
Supura odio
por cada esquina,
veneno tibio
de voz sin rostro.
Cada opinión,
es una flecha sucia
que me atraviesa el alma.
Mancha mi mente
como tinta china.
Debería estrellarlo
contra el suelo,
ver sus entrañas
brillar un instante
antes del polvo.
Y salvarme,
como un náufrago,
y salvar
de todo esto,
solo un lugar:
Poémame.
Isla,
donde la palabra aún canta,
donde la palabra aún cura,
donde la palabra aún abraza.
Volver al papel,
al lápiz,
a los silencios,
a las cartas,
al tiempo con rostro
y sin pantalla.
Volver a ser
analógico,
más humano,
menos herido
por tanta maldad
anónima.