La escarcha cubre la zanja.
Feroces botas pisan la tierra profanada.
Es tumba, y quedan lejos las espigas.
Es llanto que devora el silencio.
Es silencio que blasfema, por impuesto.
Muchos saben que están en esa tierra cobriza.
Lo saben los asesinos, lo saben muchos que callan.
Los que hablan justificando el olvido.
Y dan la aprobación de la infamia, con el perdón.
Perdón que jamás pidieron.
Una mentira que ampara a los que rechazaron la clemencia.
De los que creyeron que el tiempo era una eternidad de impunidad.
Y ellos, los muertos, siguen esperando que sus hermosos huesos sean dignificados.
Y que en el sepulcro sus familias los caliente, con el dolor de la pérdida,
con el amor del encuentro.
Que su voz pueda reposar en las mañanas de rocío, y que la escuchen
los ojos, que miran la lápida, que leen su nombre.
Y que el crimen los deje de matar.