Me han robado.
Me quitaron mi fuerza y mi poesía,
mutilaron mi hermoso pensamiento,
amputaron mis ideales en el tedio.
Han talado el árbol sobre cuyo tronco
estaba impresa la garra del diablo.
Por eso está el bosque silencioso.
Me escondieron la luna tras un cielo opaco,
sin estrellas, me robaron la noche.
Me han robado.
Me dejaron sin otra constante que mi angustia.
El cosmos es un laberinto de calles asfaltadas
pero yo añoro el hielo y el vacío,
necesito la estepa y la cañada,
la ribera donde los fresnos
se amenazan, fantasmales.
Me arrancaron los colmillos y duermen
bajo desechos los ebúrneos reflejos
con que el vampiro asolara la noche:
Arrojaron a una cloaca lo que Dios
o Satán habían creado.
Me han vencido aquellos a los que despreciaba.
Han cercenado mi garganta,
mutilado mi laringe:
por eso es sólo un estertor mi aullido.
Han robado mi execrable pureza de maldito
que, incansable, galopase en la noche.
Me han confinado en una ergástula sin aire,
me han amputado las manos
y llenado las cuencas oculares de tinieblas.
Puedo oírlos reptar, repulsivos,
a través de la oscuridad de un cuarto sin ventanas:
oscuridad y sonido penetrando en mi boca
con su sabor atronador de guijarro,
con aquella sed del canto apartado, en derrubio,
sobre el que se desploma el sol.
Me han quitado el agua y la lluvia.
Me han robado. Me han vencido.
(Ordalías del nuevo ciudadano)