Déjame acariciarte ahora
que no somos nada
más que dos extraños
bien avenidos y gratamente de acuerdo.
Déjame que te diga las cosas
que a ambos nos gustaría escuchar
quizás de otros labios
cuya saliva nos quite la sed.
Déjame acariciarte ahora
que el mar reposa entre tus manos
y los pelícanos nos ofrecen sus buches
para refugiarnos de la luz meridiana.
Ahora que hemos vencido el miedo al tiempo
y nos recorremos sin rumbo
deteniéndonos en cualquier recodo del cuerpo
asombrados de los abismos de la piel.
Déjame acariciarte ahora
que no somos nada
para construir algún recuerdo que mañana
nos ayude a continuar viviendo.