Declaración de impaciencia

No tengo tanta vida que me reste,
ni paciencia para aguantar tanta estulticia.
Desde ahora dejo de ser la voz que otros
no pueden alzar en estas calles sumisas,
en este bosque regado por la obsecuencia,
en estas alturas cubiertas por la indiferencia,
en estas quebradas arrastradas por el temor,
en esta ciudad secuestrada por la tristeza.
Una pequeña voz, queriendo dejarse oír
por encima del sordo bullicio de la gente,
que sufre, acallada por la injusticia.
Hoy seré mi necesidad y mi propio tiempo.
Andaré con mis palabras resguardadas
y el silencio precediendo mis pasos,
ocupado en mis asuntos personales,
ajeno a los vaivenes de la humana comedia,
yo solo, con mi existencia desconectada,
feliz en mi mundo de imposibles certezas.
Y así seguramente será, por lo menos,
hasta que me toquen los bordes del miedo,
la culpa me devuelva los sentidos
y la razón revuelque mi conciencia.
Hasta que se agoten todos mis pretextos
y me duela de nuevo la indiferencia.
Entonces, tal vez, me cuestione volver,
si aún me queda algo de ruido en la voz,
si acaso, algo de urgencia en la palabra.

Por ahora, solo poesía, soledad y paciencia.

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Me ha encantado tu poema, compañero.
El cierre es genial.
Abrazo.

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Unas letras muy desesperanzadoras, me puedo imaginar por qué…uno se cansa de luchar y ver que todo sigue igual, es descorazonador, Carlos. Te deseo mucha suerte, es el penúltimo grito, no será el último…
Un abrazo fuerte, amigo!

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Gracia por tus palabras compañero poeta. Un abrazo.

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Así es estimada María, a pesar de la desesperanza, espero que sea un penúltimo grito. En tanto, revisamos lo realizado. Un fuerte abrazo.

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