Decía el poeta:
Yo no escribo de noche para no llenar la Luna,
y se compró un sombrero y un barco pescadero,
para llenar sus redes de gotas de mar.
Se fue a recorrer las playas del mundo
y a buscar los balcones de la tierra
para sentarse muy despreocupado
de su inconclusa travesía.
Abrazó los días de sol amable.
Por las tardes llenó de coplas su aire
y se aventuró a conocer las quimeras.
Aprendió a cantar como la naturaleza
y dejó de escribir acerca de la gente.
Hasta dejar de ser una huella hiriente
para convertirse en una tibia brisa,
cada mañana, como una taza de café
que se despierta dormida al anochecer.
Otros hay que todavía salen
a dejar bolsas repletas de poesía
los jueves por la noche,
que es el día del reciclaje
de manos desechas,
estrujadas sienes
y ojos de cartón.
