Desvelada y sin poder reunir sus sentidos
en el sueño obligado de la noche,
acumula días condenados al insomnio.
Hace tiempo que no es dueña de su cuerpo,
se siente ajena a sí misma, desgarrada,
sin fuerzas para recuperarse
o al menos averiguar dónde la han puesto.
Algún día su sangre recorrerá los cuerpos
que provocaron su exilio,
cuando el hígado
de su última y más preciada esperanza
decida abandonar lo terreno.
Aún permanece alejada del sueño pero sujeta a sus delirios,
como muchas otras mujeres.