De los portales ruinosos
cuelgan telarañas de plata.
El pueblo, sediento de aire,
entreabre los postigos a las calles
y un jirón de tarde
queda en las espigas.
El crepúsculo rojizo
vierte sangre
mientras, lejos, como un río,
por la ribera del sueño la luna sube,
crecida en su círculo desierto.
La tarde, que era sombría,
adquiere brillos siniestros.
(Garabatos)