De gustar

Me gusta caminar
por el salón
y cambiar los muebles
para recordar que el tiempo
permanece, pero no igual,
a pesar de no superar
más de veinticuatro horas.
Me gusta sentarme donde una vez
vi la televisión y viceversa,
donde una vez hubo
un revistero
y un cesto de mimbre a juego
y jugar con la memoria
cómo si fuesen cartas;
ya no está el sofá de dos plazas
ni las revistas del 2006
ni el animal que se chocaba
contra ellas en su juego
de carreras particular,
y aún así puedo palparlas
y recrear un pasado
que habitué
y al cual no puedo darle mi rostro.
Me gusta pasear de noche
por mi habitación
y encender la cadena
de luces púrpuras
que no pegan con el árbol
de Navidad que aún está por ver
y que ya no es el mismo
a pesar de no haber comprado otro,
pero no de madrugada
cuando sueño en un futuro
que me falta rimar
con un final impaciente
en el que solo puedo cogerle la mano
a una mujer
porque nunca sería capaz
de cogérsela a un hombre también
(por mucho que intente
convencer a quién no ha preguntado
de lo contrario),
sino a las seis de la tarde
y en silencio
y con la ventana abierta
y a cuatro grados
porque no puedo pensar en impares
a pesar de nacer en uno.
Me gusta respirar el frío
que el presente me brinda
y helarme las manos
y los pulmones
mientras me quemo las piernas
con el radiador
y huelo en la calle
lo que una vez significó
para mí
la libertad que ya no tengo
por miedo
y estrés a vivir demasiado
y perderme
antes de tiempo;
me toco la nariz
que está roja
ante la ironía
de un invierno azul
y las luces de las casas
que parecen Navidad en Sol
y me dejo ser normal
y al cielo ver mi cara
porque nadie más lo hace
sin tener un ataque de histeria.
Me gusta recordar aquello que no recuerdo
e inventarlo si hace falta,
me gusta ver
cómo las cortinas se mueven
por un viento no más feroz
que mi añoranza
por algo que no sé
porque soy indecisa,
me gusta dramatizar
la hipocresía
y participar de ella
porque soy humana
y espero un cambio
como una diosa,
me gusta quejarme
de aquello que no debo
y de lo que debo lo evito el doble
mientras imagino destinos fatales
para mi existencia.
Me gusta pensar que hubiese sido de mí
si mi nacimiento fuese en los ochenta
o en los cincuenta,
en otra semana o mes o día,
con otro nombre,
otro cuerpo,
otro amor
y otra patología,
o con ninguna de las anteriores
porque no hay respuesta
correcta.
Me gusta escribir con refrescos
de limón
y ser más amarga
de lo que muestro tras las cáscaras
de naranja
porque podría sacar limones
de ellos si me lo propusiera
y así entender la vida
un poco mejor.

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