Dancing killer (La muerte del cisne)

Cuando la policía llegó, se encontró con dos cadáveres y una joven mujer bailando en éxtasis una famosa pieza de Tchaikovsky.
¡ALTO, POLICÍA! ¡AL SUELO!

La muchacha, con las ropas y el rostro cubiertos de sangre, dibujaba figuras aladas con manos y pies. Sin duda, era una bailarina excelente.
Al ver a los policías, y dar por concluida la muerte del cisne y el final de la obra, se detuvo ante su ahora público, saludó a los agentes con una reverencia, y se tiró al suelo siguiendo las órdenes de aquellos que le apuntaban con sus armas reglamentarias. No opuso ninguna resistencia.
Dos cadáveres con los cráneos hundidos y un martillo como arma homicida. Dos delincuentes habituales a los que nadie echará de menos.

La chica era Margaret Murs, una joven alegre y una prometedora bailarina que había empezado a despuntar en el City Ballet. Sin embargo, desde hacía seis meses, su vida se había cubierto de una espesa oscuridad. Los dos hombres que yacían muertos en aquel cuchitril, habían entrado a su casa a robar medio año atrás, matando a sus padres, y acabando con los sueños de una buena familia. Su hermano pequeño, que había quedado herido de una pierna, había conseguido escapar gracias a su ayuda y al sacrificio de unos padres que no dudaron en hacer de pantalla ante los disparos de esos malditos demonios.
Tres semanas atrás, Margaret había localizado a los asesinos de su familia, y la venganza, o justicia, según como se mire, se había apoderado de ella. El acto final se había convertido en un punto de no retorno, y pasara lo que pasara, aceptaría todas las consecuencias.
El trágico final acabaría con tres vidas, y a pesar de todo, dos de ellas, no harían daño a nadie más. El cisne debía morir para convertirse de nuevo en patito feo.