Cansado de tomar vinos de a medio dólar, afilé bien mi navaja de electricista, —la de pelar los cables—, besé la cruz impresa en su encachado, me encomendé a san Victorinox, y puse patas y pies en oscuras callejuelas donde todos, menos los agentes de gendarmería, sabemos que operan garitos de mala muerte, centros de apuestas ilegales donde pululan guapos y mercenarios arrepentidos, que distraen su ludopatía con humo de cigarrillo y turbios aguardientes diluidos en acordes de bandoneón.
—Che, el perro queda fuera. Me dijo el porteño que me abrió la puerta del garito.
Miré a Timoteo y en tono de comprensión, muy pausado, para que el porteño me entendiera.
—Bueno… te espero …aquí afuera, soy más perro que tú.
El porteño entendió el chiste, sonrió con ágil ademán , me hizo señas, mientras decía
—Pasá, pasá, pasá.
Timoteo lo interpretó de inmediato y fue el primero en entrar colándose entre las piernas del portero porteño.
Los tres reímos. Me aproximé con cautela a una destartalada barra de madera oscura, solitaria y afligida, donde un vaso por la mitad de Gancia esperaba por algún beodo ausente momentáneamente. Timoteo hizo el acostumbrado ritual canino, de reconocimiento del lugar y luego, se echó a mis pies sin quitarme la vista de encima.
Después de algunos segundos salió un hombre corpulento y barbudo secándose las manos de un lugar que pretendía ser una cocina sin pasar la menor norma de salubridad.
—Whisky seco. Le dije después del seco saludo.
En el reducido salón, había cuatro mesas de las cuales dos estaban ocupadas por unos señores jugando a las cartas, ambas mesas, envueltas por una densa humareda de tabaco y alguna otra hierba exótica adicional.
Contra la pared, tres máquinas traga níquel eran acosadas por unos sujetos poseídos por demonios de otra galaxia, que maldecían y gesticulaban con aspereza de cuando en vez.
Apareció el prestatario del vaso de Gancia que reposaba en el maderamen de la barra.
encendió un cigarrillo, apagó el fósforo con un gesto de sobre actuación, como si tuviera más interés en prevenir un incendio en aquel sucio garito que en salvaguardar sus pulmones. Lo digo por la vehemencia con que aspiró la primera bocanada de cigarrillo.
—Tenés guardaespaldas, ¡he!. Exclamó en clara referencia a Timoteo.
—Es él, quien paga las cuentas. Respondí en tono de broma.
El hombre colocó el cigarrillo en un precario cenicero de barro, a la vez que introdujo su mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y extrajo un par de dados que agitaba con el mismo signo de sobreactuación con que había apagado el fósforo. Acto seguido dejó rodar los dos cubos con tal precisión que se detuvieron justo frente a mis ojos, mostrando un uno y un cuatro en las caras superiores.
Agarré el vaso y sorbí el contenido de un enérgico trago , me chupe los labios y le pedí al barbudo que hacía de barman
—Otro palo—
Con estos dados en la mano,
pudiera errar mas, no delinco.
Abra bien los ojos paisano
que lo que viene es doble cinco.
Los dados rotaron sobre su ángulo alfa, transformando la energía acumulada en su centro en un movimiento trapezoidal sobre sus aristas, se detuvieron ambos, como si el empuje hubiese sido absorbido por un misterioso freno dinámico. Mirando al techo de la insana edificación, allí estaban: incólumes e impolutos: Un uno y un tres.
El tipo río a carcajadas, yo agache la cabeza par ver a Timoteo que empezó a darme pataditas como queriendo decir:
—Déjate de pendejadas—.
El desconocido tomó los dados y sacó un billete de cien del bolsillo izquierdo y lo deslizó sobre la madera.
—Pongámosle emoción. Dijo.
El barbudo me sirvió el otro Whisky.
—Pago. Creo haber gritado. (o lo imaginé)
Timoteo me seguía dando pataditas, como si quisiera advertirme de algo.
El tipo lanzó los dados, y otra vez, uno / cuatro.
Pensé :
—Es pan comido—
Estrujé los dados como me enseñó mi abuelo Celestino, para palpar cada huella de la pinta, para establecer comunicación con su alma, para despertar la simbiosis que dormita entre el objeto y el ser.
Y también para limpiar ciertas sustancias grasas con que algunos tramposos, embadurnan los dados para doblegar las fuerzas reales del azar.
Buena suerte que le sobre
a desearle yo me atrevo
ahora verán compañeros
como es que se bate el cobre.
Continuará el próximo miércoles.