Oh, mujer: lluvia de clamores,
margarita enmascarada
y cuna de rosas.
De tus ojos, caen soles;
en tu piel, el crepúsculo se alimenta.
Oh, mujer, campo que respira,
musa infinita y trascendental
de todo arte que ha existido.
Mujer, iluminadora de nombres
y tu voz —que mueve el mundo—
con su meliflua hojarasca, de ternura acechante.
Un círculo de palomas blancas
despegan sus alas al cielo;
tú en el centro de ellas
como el centrípeto de maravillas
que en sus mangas la ternura reposa.
Ay, mujer, tanto me falta por decirte.
Pero no cabrían más universos;
tendría que crear más infinitos —infinitamente—
para poder describir, tan solo, una pequeña parte de ti.