Cucharita y cintas de VHS

Decía Galeano que recordar viene del latín y significa “Volver a pasar por el corazón”.

Cuando mi sobri tenía cuatro años nos sentábamos juntos en las escaleras, mientras comíamos un kiwi con cucharita y hablábamos de la vida. Con los dos peques jugábamos a sentarnos debajo de una sombrilla gigantesca de ‘La bella y la bestia’ a inventar historias. Y después de comer, tenía que sentarles uno a cada lado de la cafetera de cápsulas para que no se pelearan, mientras yo les indicaba qué fase podía hacer cada uno: tú dale a esta palanca; ahora, tú presiona este botón. La felicidad a veces es simple.

Fabricar recuerdos, lo llamaba mi hermana.

Los seres humanos amamos, queramos o no. Nos aman, queramos o no. De forma consciente o inconsciente. Nos protejamos o no, el amor entra muchas veces en nuestra vida. El amor en todas sus formas, incluyendo el odio. Nos atraviesa, nos deja marcas, borrones, huecos. Nos toca y nos deja la piel de otro color, con otro aroma. Pero en realidad, no es el amor el que nos cambia una y otra vez, sino los recuerdos.

Somos recipientes, cintas de vídeo de VHS, antiguas, medio estropeadas, con momentos que no queremos perder por si nos perdemos detrás con ellos. Rebobinamos tantas veces que acabámos cargándonos la cinta y el reproductor. Y aún así, seguimos conservando las cintas, aferrándonos a ese pasado que nos hizo mejores porque tenemos hambre de tiovivo. Nos hace sentir bien lo que ya conocemos, contarnos una y otra vez la misma historia. Saber lo que ocurre después, recuperar el control que nos arrebata el amor.

Confundimos tener el control con amar. Confundimos recuerdos con haber amado y haber sido correspondidos. Confundimos poder presionar el botón en el momento justo para parar la cinta y rebobinar las veces que haga falta con estar vivas.

La incertidumbre, ir en bici cuesta abajo. Enfundarte los esquíes y no tener ni idea de cómo vas a frenar porque no sabes esquiar y encima te aterra la velocidad. Fabricar recuerdos que rebobinaremos cuando no vivamos. Aburrirse, romper cosas, echar de menos, reír hasta llorar, buscarte. Odiarte.

Antes de ser cintas de VHS, escribíamos cartas. El buzón era nuestro recuerdo del futuro. Cartas cuyas copias guardamos junto al reproductor de vídeo. Buscamos las pistas de quienes éramos para localizarnos en medio del océano. Las palabras que elegíamos cuando éramos otras personas. El amor que fuimos y dimos sin control. Un tiovivo de letras y verbos mal escritos porque sólo nos importaba contar una nueva historia.

Y antes de escribir cartas, nos sentábamos alrededor de la hoguera, inventando recuerdos para otras. Amando las historias y amando a quienes se dejaban atravesar por ellas. Siendo correspondidas por el fuego en unos ojos que buscan lo que no quieren perder.

Hay quien afirma que todo eso ya no existe. Que ya nadie se sienta un momento en las escaleras a ser tiempo con otra persona. Que el futuro no nos deja ver el pasado y nos emborrona los recuerdos. Que ya no sabemos que las buenas historias son lo que nos hace mejores.

Hay quien nos quiere convencer de que no somos historias y recuerdos de otras. No saben que somos los textos que otras necesitan para ser los textos de otras que serán los textos de otras.

Hay quien cree que ha olvidado fabricar recuerdos y por eso rebobina hasta cargarse la cinta de VHS, porque una vez amó y fue amado y ahora la rutina le dice que deje quietos los esquíes y la bici, no vaya a ser que se caigan y pierdan las cartas, los sobres y la cinta.

Somos las historias que nos contamos, pero olvidamos contarles nuestra historia a otras, alrededor de un fuego, echando una carta al buzón o sentándonos en unas escaleras a comer un kiwi con cucharita.

Tenemos tanto miedo de asomarnos al futuro que pagamos fortunas por no bajarnos del tiovivo. Queremos contar un pasado que ya no existe. Queremos ser mentira. Y a veces lo somos.

Los seres humanos amamos, queramos o no. Nos aman, queramos o no. De lo que se trata es de fabricar recuerdos. De que me cuentes, alrededor del fuego, quién eres ahora, acurrucados debajo de la sombrilla de la Sra. Potts, inventando cuentos que un día rebobinaremos.

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Me encantado esta analogía entre lo mecánico y lo trascendente del amor y de la vida—Aplausos.

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Cómo me ha gustado!!! :hugs: :hugs:!

Grande! :heart:

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Mil gracias, Tali. Un fuerte abrazo.

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Qué buena reflexión, no me había dado cuenta de ese matiz :slight_smile: