Cínico entero
pasé a vivir por accidente,
porque adrede jamás será posible
darse error tan gracioso… ni pesar tan aleve.
Luchó la luna
con el sol. ¡Lunes con domingo…!
No sé si por negarse a compartirme,
o por no compartir nombre y hora conmigo.
Suelto nací,
llamado al signo de febrero;
que en intentar librarme de su seña
me dejó para el último… y el año fue bisiesto.
Pez pequeñito,
¡mejor tal vez que el de Saturno…!
Desde niño gamberro ya aprendí
las artes de Jesús, y a pescar hombres justos.
Germanía hice
por vivir como el santo Dimas;
hasta que recibí un llamado luego
porque al fin, esta vida, al teutón ofendía.
Hice zapatos,
pero fui horrible zapatero…
y a cualquier hombre lo ofendía hablando,
fuese en filosofías o corrigiendo versos.
Amé una niña
y ella me amó casi un adarme,
fue tal mi amor, ¡la fuerza, la terneza…!
¡Dejé tal impresión, que olvidó hasta olvidarme!
Murió mi madre
luego, que mucho me quería…
pues nada me dejó salvo una carta,
y en herencia saber que no fue madre mía.
Mi padre amado,
dulce y atento, ¡oh, flor garrida!
Oí que falleció poco después.
¡Y tanto lloré, tanto… pues no lo conocía!
Y no muy tarde
me tocó ver la Parca avara.
—¿Y no quieres quedarte un poco más?
¡Oh, en mis libros no estás…! ¿Seguro que te llaman?
Viví a la fuerza,
cual hijo de Caín doblado,
y no morí hasta aquel fortuito día
que de vivir la vida ya me había olvidado.