Cuando empieza a clarear vuelven las barcas.
Al alborear, las barcas chiquitas,
en las olas chiquitas,
vuelven a los fondeaderos de dunas y cañas,
a los pueblos de hambre y cal de la orilla.
Vuelven cansadas del faenar nocturno,
ciegas por los propios focos, como el pescao.
Alguien observa la estela dejada por el barco
y el rastro triste de un lamento empieza,
canturreando una solea al amanecer.
Atado al mar, a la costa, cual bivalvo,
mayor angustia, día, vivo perdido,
perdida la alegría, gaviota sobre la grasa sucia.
Se yergue sierra Tejeda en la sequía,
línea de mortuorias misivas de miseria
y lamentos, en su prisión meridional de luz,
de mar, de roca. El sol sale, decidido.
El mediterráneo, custodiado por fragatas,
impone su grito de acero sobre el agua que brilla.
(Poemas litorales)