Están allí, esperando bajo los pies descalzos,
mientras un niño llora y busca su refugio.
Tal vez, no es suficiente un crucifijo al cuello,
ni una lágrima frágil, en un siglo de miedo.
Los pajaritos vuelan y no saben de albures
y el alce corre y corre y se escampa del frío.
Cae la lluvia fuerte mojando los senderos
y empapa mi sombrero y decora mi frente;
me empuja contra ortigas y mi voz se confunde,
mientras junto mis manos bajo mis pies cansados
y una oración entono, con un canto olvidado.
Parece que alguien duerme en medio de metáforas,
cuidando sus fortines y sus cristales rotos
y los niños lo miran y se cubren la cara.
Mientras el mundo rueda en su propio eje incierto,
yo sigo aquí esperando, juntando aún mis manos
y alguna parte mía quiere espantar el miedo.