Corderos feroces

Incluso los corderos se habían vuelto salvajes,
había que verlos cuando de uno en uno
se levantaban del pasto
como lenguas de fuego,
saltaban al aire, riscaban
en la maleza del viento,
gimiendo un ruido impropio de las bestias;
embrutecidos, se miraban de frente,
tozaban entre sí
hasta que oían el chasquido de los huesos del otro,
teñían su lana ennegrecida con una pasta
brumosa de sangre oscura;

vivían solos, huían del amor,
la leche había sido prohibida
por una ley evolutiva que la condenaba a ser
veneno,
y en su lugar las ubres alargadas y rosas
excretaban una especie de semen diabólico
sin distinción de sexo, pues todo era muerte,
y una sola muerte, las ovejas y corderos

cuando acaloraban y juntaban en paz
su testuz, buscaban en el recuerdo
el primer olor a lana y se daban la lengua,
saliendo por un instante del padecimiento del mal,
recordaban el dulce sonar de los balidos,
se imaginaba balando ellos mismos en la inocencia del campo
y cerraban los ojos,
se hacían los tontos como corderos,
las tontas como ovejas,
bebían la leche blanca imaginaria de los sueños,
segaban la hierba del paraíso,
recordaban llorar
sin saber cuando iban a regresar
a las majadas.

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