¿Quién diría de aquellos días faustos
que la joven ingenua, al desafecto,
altar del abandono erigiría
con su feroz desprecio?
¿Quién?, si eran sus promesas
el credo de un apóstol. Si, en mi lecho,
el candoroso cérvido inocente
predicaba al amor entre sus besos.
Tras la cólera vino el desengaño
y el augurio que hospeda, de su espectro,
la amarga desazón,
convertido quedó en el desaliento.
¿Queda esperanza? Apenas.
Quizá si el sol le ofrece mi recuerdo,
si el astro brillador del alba nueva
le evoca algún instante placentero
grabado con el fuego más ardiente
en lo hondo de su pecho.
En su claro fulgor mora el delirio.
Quizás allí, tal vez, tenga consuelo.
Si, queda el corazón sacudido y herido con el recuerdo abrazándolo al costado lo que lo convierte en una envoltura solamente, en su afán de protegerlo. Antes o después, puede volar la envoltura del recuerdo y llegar a nuestro presente, haciéndonos ver que el corazón no está del todo curado. Sucede tantas veces…